André Techiné se asoma al infierno de la emigración en Tánger
Completó el día una detestable película china
A la vistosa programación del sábado, ayer siguió una mortecina sucesión de películas irrelevantes, a la que levantó un poco del suelo el filme de André Techiné Lejos, que no está satisfactoriamente resuelto, pero que tiene un desarrollo inteligente, con escenas bellas y un paisaje de fondo, el de la ciudad de Tánger, magistralmente esbozado. El infierno que viven los emigrantes que se agolpan allí para cruzar el estrecho de Gibraltar roza y, en algunos momentos, casi abrasa a la pantalla.
André Techiné es conocido en España por una de las más hermosas películas del cine francés, Los juncos salvajes. Como mala contrapartida, el resto de su obra es casi desconocido, sigue casi enteramente inédito. Ahora, en Lejos, es Techiné quien se acerca a esa España que le ignora y lo hace por una de sus heridas abiertas más sangrientas, la del Estrecho de Gibraltar considerado como frontera norte de la miseria africana.
En el corazón de esa frontera está Tánger, que Techiné filma como a un ser viviente, con identidad singular y que revienta de luz. 'Tánger', dice el cineasta, 'es un espacio fronterizo. Es puente y barrera al mismo tiempo. A su espalda están África y el mundo árabe, frente a él Europa. Es una ciudad habitada por gentes que sueñan con el norte y por personajes fascinados por el sur'.
La ágil y precisa cámara de Techiné ha filmado Lejos en orden cronológico. La mirada del cineasta captura con facilidad y sutileza el aire que flota en incontables rincones, sonidos, angulaciones y matices de luz de Tánger. Añade Techiné: 'Rodé así porque esto me permitía respetar la delicada continuidad del relato, aunque hiciese cambios en la velocidad y disgresiones en el desarrollo'. Y ese flujo natural, casi espontáneo, de la cámara; y esa supresión de la mecánica convencional de rodaje se percibe de forma nítida en la pantalla, en el tempo que se mueve dentro de ella, que es muy vivo y muy cercano a la captura de la vida tal como ocurre en un día cualquiera de la hermosa ciudad. Hay en Lejos cine magnífico, de muy alta pureza, que lamentablemente no conduce con la rectitud y la energía necesarias a un desenlace bien trazado, sino que cuando más lo necesita pierde elevación y precisamente allí donde el relato pide más calor de pronto se enfría. No se puede impunemente desangelar, abandonar y trasladar a segundo plano la cautivadora historia de amor con que la película arranca, pues al perderse la lucha a cuerpo y alma de los protagonistas se pierde la sangre que alimenta al tronco de la película misma, a lo que ésta tiene, como la ciudad en que ocurre, de ser vivo.
Pero detrás de este final que sabe a poco hay un banquete de buenísimo cine, hay un retrato hecho con trazos indirectos, casi invisibles, de gran inteligencia visual, de Tánger, que acaba convirtiéndose en la protagonista secreta del relato, al debilitarse el juego entre el amante francés y la amante judía, y quedarse la pantalla vacía de pasión y, en cambio, llena de escenario; vacía de drama y llena de paisaje.
Completó la jornada el filme chino Hollywood Hong Kong, dirigido por un tal Fruit Chan, que es una delirante exageración, tosca y macabra, de la división de clases en el Hong Kong actual. Y, mientras tanto, las sesiones de lujo y de glamour parece que proponen sólo bisutería como la Tosca de Jacquot Benoit, o repetición de algunos patrones clásicos del cine negro, como ocurre con Training day, en la que Danzel Washington hace un trabajo brillante. Es una película que comienza de manera original, pero que poco a poco se acopla a las pautas del cine de consumo.
Babelia
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