De la estafa al triunfalismo
Se pasó en un plis-plás de la estafa escandalosa al delirante triunfalismo y en ambos extremos estuvo presente El Juli.
Hubo un momento en que pareció que la gente se iba a tirar al redondel para vengarse de lo que estaba ocurrieno. Sólo pareció, claro. Si aquellos atropellos los perpetra el taurinismo hace 20 años, la toma del redondel se produce, seguro.
Lo que sucedía allá no había por donde cogerlo. Toros de aspecto anovillado y, además, chicos; toros con astas sospechosas de manipulación; sobre todo, toros de una intolerable invalidez.
Antes de que se les simulara la suerte de varas ya trastabillaban por la arena, después de simularla se desplomaban desfallecido y durante las faenas de muleta también.
Hubo últimos tercios de imposible realización porque el llamado toro se caía patas arriba en cuanto acudía a la muleta.
El peor parado hizo tercero y correspondía a El Juli.
El Juli lo banderilleó con malas trazas, el primer par lo clavó en la paletilla, otro quedó en la mitad, tiraba los palos a toro pasado... Y tan pronto dio los primeros muletazos de tanteo le quedó el toro tirado en el suelo.
El toro tirado en el suelo constituyó la imagen caracterísitica de aquel suceso lamentable, en tanto parte del público manifestaba su indignación. Parte del público, en realidad, estaba harto, pues la corrida de Bañuelos sacaba esas hechuras indecentes. Y si Finito le hizo al primero una faena fuera cacho sin fundamento alguno y Eugenio de Mora se mostró tremendamente voluntarioso con el pastueño segundo (y perdiendo pasos y terrenos al rematar los pases, por cierto), qué podía importar cuando todo eso ocurría con un ganado impresentable.
La cuadrilla de El Juli se arremolinaba alrededor del tercer toro caído y lo agarraba donde podía para levantarlo, pero el toro daba la impresión de que padecía el síndrome de la papelina, y le entraban como convulsiones.
No, en cambio -es curioso- al tirarle del rabo. Gente vestida de luces que no conocía de nada le tiraba del rabo y ni se inmutaba... Extraña reacción es esa. Póngase en su lugar: considere cómo reaccionaría usted (no se señala a nadie) si desconocidos con coleta llegaran y se pusieran a tirarle del rabo.
Varias veces se repitió la lamentable escena del toro abatido y los peones convertidos en cuadrilla-grúa para levantarlo, en tanto a la afición se la llevaban los demonios.
No todo el mundo estaba enfadado, sin embargo. Y por el tendido se oían comentarios favorables a El Juli, de este tenor: 'Qué lástima que le hayan sacado ese toro pues venía con ganas'; 'Pobrecillo, por lo menos pone voluntá'.
El cuarto toro estaba más o menos, lo devolvieron al corral y el sobrero aún padecía peor invalidez pues bordeaba la tetraplejia. Finito de Córdoba se empeñaba en pegarle pases. Seguro que si sale el Jaquetón legendario (el de las docenas de varas, que no paraba de embestir) lo hubiese pensado mejor. Finalmente el público le pidió que lo matara de una vez y tras hacer caso omiso de las razonadas súplicas montó el acero a duras penas.
Con un poco más de aguante el quinto, Eugenio de Mora le hizo una faena pundonorosa y entusiasta entre los numerosos tropezones y desvanecimientos del toro, celebrada por el público y la banda de música, y tras cobrar un estoconazo le dieron una oreja que, unida a la obtenida en su anterior intervención, le valió para salir por la puerta grande.
El Juli no se iba a quedar atrás y ejecutó el espectacular quite de las lopecinas, que puso al público en pie. Banderilleó trasero y lo volvió a poner en pie. Y se empleó en una faena desgarrada y abundosa por derechazos y naturales, que no decían nada -la verdad es que le salían bastante mediocres, pese a la buena intención- hasta que tuvo la idea feliz de recurrir a los circulares. Y ahí sí. Dándolos por delante y por detrás, de frente y de espaldas, volvió a levantar al público de sus asientos y llevarlo a las cumbres del delirio.
Ya no importaban ni el toro ni el toreo, ni la monserga aquella del parar, templar y mandar, ni el arte de Cúchares, ni Cristo que lo fundó. La sal gorda de los circulares, principalmente los perpetrados de espaldas, era lo que encendía el entusiasmo del público en general y de los júligans en particular.
Hubo un tiempo en que estuvo de moda torear de espaldas y muchos aficionados (que entonces abundaban en las plazas) se iban a quemar a lo bonzo por eso. Hasta que llegó manolo Vázquez y puso el toreo de frente. Son páginas de la historia de la tauromaquia que, al parecer, a este público triunfalista de ahora le traen sin cuidado. Panem et circenses quiere el público triunfalista de ahora. Y '¡Vivan las caenas!'.
Babelia
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