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Huir del infierno

A dos décadas de guerra y represión se han sumado tres años de sequía y los afganos se han convertido en emigrantes económicos. 'Escapan del hambre', aseguran las autoridades del vecino Pakistán. Pero los afganos no huyen de la miseria, sino del infierno.

La vida nunca ha sido fácil en los valles del Hindu Kush. Afganistán no tiene petróleo ni otras riquezas naturales. La mayoría de su población ha sobrevivido el siglo XX con una agricultura de reminiscencias medievales. Mas sólo con la invasión soviética (1979) se inició el éxodo: 6,2 millones de afganos huyeron a mediados de los ochenta, el mayor aflujo de refugiados de la historia reciente.

Con la salida de las tropas soviéticas, y la ayuda de los programas de repatriación del ACNUR, hasta 4,2 millones de esos refugiados habían regresado hasta 1999. Sin embargo, la guerra civil que siguió a la desaparición del régimen comunista (1992) ha continuado expulsando a la gente de las distintas zonas a las que se desplaza el conflicto. Hoy, la guerra se halla confinada a la esquina nororiental del país, pero en el 90% del territorio que controla la milicia de los talibán la pacificación se ha hecho a costa de la libertad. Los talibán han impuesto un régimen represivo que no sólo atenta contra la mayoría de los valores y derechos que en Occidente damos por sentados, sino que ignora las necesidades más elementales de sus ciudadanos. Más de la mitad de sus 25 millones de habitantes depende directa o indirectamente de la ayuda humanitaria para subsistir.

Hoy, 2,6 millones de afganos están registrados como refugiados por ACNUR en Irán y Pakistán (la segunda mayor población refugiada del mundo después la palestina). Otros dos millones viven ilegalmente en esos países. Sólo 3.500 emigraron el año pasado a Australia.Tal como afirma el Nobel Amartya Sen, ninguna democracia genera emigrantes.

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