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Crónica:FERIA DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

En puntas

Los toros salieron en puntas; menuda sorpresa.

Decimos toros y la verdad es que tampoco conviene exagerar. Novillos, y gracias, o eso parecían. Novillos, además, chicos y flojos, de esos que sólo resisten una varita. O incluso la simulación de la varita, que consiste en que el picador la tira a la almohadilla dorso-lumbar (o por ahí) y en cuanto hinca un poco el hierro a manera de mordisco, la levanta raudo.

Toros de una varita y toros de un simulacro de varita, que se desplomaban después como si les hubiese caído un autobús encima, fue lo que se lidió ante escaso público en la corrida de la feria de San Sebastián de los Reyes, o Bella Easo formato reducido. Eso sí, en puntas.

Se lo había advertido a un servidor Miguel Ángel Moncholi, jefe de la sección taurina de Telemadrid, que retransmitía la corrida el miércoles: 'Los toros de hoy están en puntas'. 'No me lo creo', respondí. Y él: '¿Qué te juegas?'. Y yo: 'Lo que lleve en la cartera este señor' -que era el maestro Joaquín Bernardó, comentarista de la función televisada-. Y en cuanto salió el primer toro o lo que fuera aquello (lo llamaban gato) pudo comprobarse que el amigo Moncholi estaba en lo cierto. Y este cura se convertía en deudor.

Toros en puntas pero sin presencia ni fuerza. 'Justos de fuerza', se suele indicar diplomáticamente en estos casos, lo cual, si bien se mira, contraría la verdad. Porque el toro de fuerzas justas será el que tiene ajustadas las fuerzas a su condición y, por lo tanto, derriba con estrépito. Y estos de San Sebastián de los Reyes carecían de resuello, se derrumbaban a los pies de los caballos o a los de la grey muletera en cuanto les obligaban a embestir con mando y mano baja.

Suceso -mando y mano baja- que se produjo rara vez. Los diestros preferían estar pegapasistas y voluntariosos. Pegapasismo a destajo se llama esa figura. Manuel Caballero, el pegapasismo destajista lo llevó a sus últimas consecuencias y cuajó dos faenas de larga duración, premiosas, reiterativas, sin cuidado alguno del arte y ni siquiera de una mediana estética, de esas de ir por casa. Lo que se le premió con oreja en uno de sus toros (en el otro no).

La versión de El Califa fue más contundente y pura en el sentido de que no dejaba para el final sino que asumía de principios el compromiso de interpretar los naturales, que constituyen la esencia y el fundamento del arte de torear. Sólo que aquello de cargar la suerte no lo intentó ni por casualidad.

A cada pase perdía El Califa terreno, dejaba escondida atrás la pierna contaria; y de esta manera, las sucesivas tandas quedaban reducidas al artificio del toreo concebido al revés. Los numerosos circulares por delante y por la espalda que añadió El Califa a su entusiasta muleteo, acabaron por redondear tanto el júbilo de los tendidos como la apabullante manifestación de tremendismo y mediocridad que lo había provocado.

Reconoce un servidor que prefirió el toreo de sentimiento interpretado por Javier Conde. A su primer toro le dio derechazos y naturales -con sus pases de pecho, cambios de mano y trincherillas- de un personal corte interpretativo que contenía espontaneidad e inspiración. Su faena al quinto toro, en cambio, resultó amanerada, llena de posturas, saltos y ridículas carreritas de bailarín. Daba la sensación de que había confundido el ruedo de San Sebastián con un tablao flamenco. Claro que ese fue el toro de la corrida: un farruco colorao cornalón, ¡y en puntas! Increíble pero cierto.

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