La puerta grande que no llegó
Toda la tarde esperando la puerta grande, que se daba por segura -'Me juego el chaleco'- y al final ni se abrió ni nada. ¿No le digo lo que hay?
Se daba por segura la puerta grande para los tres matadores y también el mayoral, lo que propiciaría una vez más el titular habitual de las reseñas taurinas: 'Los tres matadores y el mayoral por la puerta grande'.
No vaya a creerse -por eso- que vivía San Sebastián de los Reyes acontecimientos como no recuerda la consumación de los siglos. Pero la tarde se iba dando amable, con tolerancia para la escandalosa becerrada que iba saliendo y continuos parabienes a los espadas de la terna, cada uno de los cuales se llevó una orejita tras sus primeras intervenciones.
¿Una oreja cada? Pues con otra, ya estaba conseguida la franquía de la puerta grande. Y pues los becerros habían contribuido al éxito dando facilidades, se les habría de unir en la apoteosis el mayoral.
Y, sin embargo, no volvieron a caer orejas. Lo que pasó en la segunda parte quizá sólo lo pudiera explicar la Sociología.
¿Empeoró la condición de los toros en la segunda parte? No empeoró, salvo uno encastado que le dio guerra a Luis Francisco Esplá. ¿Empeoró la calidad técnica o se esfumó la inspiración artística de los lidiadores? Tampoco. O sea que ya dirá la Sociología.
Claro que una impresión barruntativa de la afición veterana no estaría de más, a manera de aporte testimonial. Y la impresión barruntativa de la afición veterana sostiene que el público se acabó aburriendo; que la paliza de derechazos que le dieron los artistas en sus primeros toros tenían difícil aguante en sus segundos; que se cansó la gente de tanta contemplación y tanta monserga.
Porque no se vea cómo fue, qué límites alcanzó el pegapasismo de los meritados artífices. Debe excluirse a Luis Francisco Esplá, porque estuvo lidiador, banderilleó realizando con autenticidad las suertes, muleteó por derechazos y naturales con torería, mató en la suerte de recibir. Y se midió con la casta agresiva del toro cuarto, que le presentó problemas durante la azarosa y trompicada faena.
Se debe excluir a Luis Francisco Esplá, por los pelos, y si se hace abstracción de las caídas de los toros, cuya invalidez no podía casar de ninguna de las maneras con la esencia torera. Ahora bien, no puede haber condonación para Joselito y Enrique Ponce cuyo desaforado pegapasismo alcanzó caracteres francamente intolerables en lo que se refiere a la caridad humana.
Tienen ambos a favor la fama pues los públicos ingenuos y poco informados atribuyen a la maestría cuanto hagan, así sea correr. Lo que, por cierto, hacen con entusiasmo no exento de primor. Pase que dan, lo prolongan con una carrera, de manera que si son cien los pases, cien carreras ejecutan ruedo a través. Pases malos casi todos; pases con el pico dichoso; pases al hilo del pitón, si no es descaradamente fuera cacho o mandando al toro a hacer gárgaras, según se les apreció principalmente en los pases de pecho.
Hubieron de enviarles avisos a ambos -a Ponce por partida doble en su primer toro- mas eso no se estila en San Sebastián de los Reyes. Y como estaba excluido el agravio del aviso, siguieron en sus segundas intervenciones mortificando al personal con las faenas superficiales, ventajistas e interminables Y ya no hubo puerta grande, ni oreja, ni aplausos, ni nada.
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