El asombroso negocio de la música 'dance' coloca a Ibiza entre el éxtasis y la nada
Noches que duran 72 horas. Pastillas y microminifaldas. Pinchadiscos que son como estrellas del rock. 'Hooloigans' y adolescentes botando sin parar. Es la fiesta MTV 2001, que se celebró anoche y llegará a 340 millones de hogares. El 'bakalao' también se ha globalizado
El bakalao es un tipo grasiento con una camiseta del Southampton braceando como un loco a la vera de un adolescente con el pelo amarillo, que lleva puesta una falda invisible. El bakalao es un DJ de nombre Roger Sánchez al que los fans acosan con sus máquinas de fotos de usar y tirar. El bakalao es una terraza cualquiera de Ibiza en la que cientos de jóvenes rompen a aplaudir cuando se pone el sol, ese momentazo en que el mar se traga la gran pastilla naranja y ellos proceden también a engullir sus propias (o ajenas, eso da igual) pastillas, la fórmula mágica que les permitirá bailar durante tres días seguidos a los acordes implacables del chunda-chunda-chunda, tanga-tanga-tanga, tapón-tapón-tapón y otras mínimas variaciones sobre el tema.
Eso es más o menos Ibiza estos días, un territorio sin más ley que la diversión en el que, como dice el dj Fergie, especialista en dance duro: 'Hace cuatro años que vengo y cada vez es distinto, siempre hay gente nueva y lo único que permanece es que Ibiza sigue siendo una locura total'.
Una locura, sí, pero controlada. Ibiza, es decir, el bakalao, es un próspero negocio, según se puede advertir nada más baja uno del avión. Los mejores clubes (Amnesia, Pachá, Privilige, Edén, El Divino, Space, Naif, KM5 Bar, café Mambo y café del Mar) se anuncian por todas partes: en los taxis, en las vallas de publicidad, en las farolas, en los hoteles; se anuncian tanto que, si no fuera por los bancos y las inmobiliarias de don Abel Matutes, se diría que la industria del bakalao es la industria ibicenca por antonomasia. Una industria multinacional, puntera, dinámica que, a la vista de que la palabra bakalao resultaba claramente insuficiente, ha ido creando reclamos, variantes y sinónimos con un ahínco comercial digno de mejores causas. Por eso el bakalao ya no se llama bakalao. Ahora se llama dance, techno, house, garaje, lounge, retro, chill out, progressive, stuff, tech house, tribal house, acid, acid jazz, glitterfunk, latin house..., y así sucesivamente.
A la llamada más o menos salvaje de todos estos géneros y subsonidos electrónicos que muchas veces violan los más elementales sentidos (el oído, el gusto), y complican los derechos de autor, acuden miles de jóvenes de todo el mundo. Las compañías aéreas lo saben, ponen charters desde Trieste, Pisa, Copenhague, Rotterdam, Bath, Manchester, Francfort, Zagreb, Moscú... Las discotecas también lo saben y, quizá en un afán de salvaguardar los restos de todas esas pequeñas identidades locales, que corren el riesgo de morir devoradas por la gran ballena de rave, programan noches locales con DJ locales para turistas: aquí y allá hay noches alemanas o italianas, estadounidenses u holandesas; pero este año el último grito es la invasión rusa: los sábados, en El Divino, Alex Chaglasyan, presenta el espectáculo Desde Rusia con lujuria.
Una pequeña concesión al sexo, que es algo así como el reclamo extra que acompaña al desenfreno de las largas noches de Ibiza. Y una pequeña concesión al poder absoluto de los británicos, que son sin duda los reyes de la isla. Los brits editan revistas, ponen nombres a las cosas, controlan el mercado, negocian con los ayuntamientos la capacidad de las discotecas, marcan los horarios y las tendencias... Esta neocolonización cultural se realiza, por supuesto, bajo la coartada del buen rollo, porque si hay algo que caracteriza la movida de Es paradis terranal es el buen rollito. Claro que en el último número de la revista Ministry in Ibiza, algo así como la biblia del raver británico, los editores hacen una lista de lo esencial y lo prescindible en la isla, y entre lo segundo citan tres cosas: 'La gente que te vomita encima cuando llevas una microminifalda y unos tacones de Kurt Gieger', 'los bajones sin subidas' y 'el servicio de los cabreados camareros españoles que te hacen disculparte por pedir el menú y luego te tienen tres horas esperando la comida'.
Pero esto son sólo pequeños incidentes sin importancia. Esto es Ibiza mix, sexo Ibiza locomía. Y anoche, por cierto, se celebró la fiesta MTV 2001, la extramegasuperparty del verano, la madre de todos los bakaladeros. Es el tercer año que la cadena de videoclips, que lleva 20 años entreteniendo la vida de millones de jóvenes de todo el mundo, elige Ibiza como escenario de este programa de televisión con figurantes, que será emitido en septiembre para 342 millones de hogares de todo el globo. Se trata, más o menos, de concentrar en 24 horas lo mejor del año en el sector dance. Pero la grandeza del evento es contradictoria. Si eligen la discoteca más grande del mundo, El Privilege, resulta que el citado garaje sólo tiene un aforo autorizado de 700 personas. Tuvo que ser un gesto de asombrosa generosidad política del alcalde de Sant Antoni, Antonio Marí Tur, lo que arreglara el desaguisado: ayer el munícipe multiplicó por decreto el aforo oficial de la sala por un 571%, acercándola así a las necesidades de los organizadores, que ya habían vendido 4.000 entradas a 8.500 pesetas cada una. Cifras escandalosas, quizá, pero que dejan al modesto alcalde pedáneo a la misma altura de los números de la fiesta: 3 salas de baile, 18 grupos y DJ en cartel, 134 bailarines profesionales, 15 trapecistas por los aires, 50 toneladas de andamios, 6 tonelas de equipo de sonido, 10 cámaras de televisión móviles y 2 estáticas, 140 micrófonos, 150 focos, 300 trabajadores sudando, 500 velas para terrazas, 2.000 estrellas suspendidas del trecho y 2 kilómetros de gasa color púrpura para decorar.
Los miles de veinteañeros esperados fueron llegando lentamente a pesar de que el inicio de la función estaba previsto para las siete de la tarde. ¿El inicio? Bueno, no exactamente. La cosa había empezado la víspera. En el café Mambo los chicos de la MTV montaron un pequeño estudio donde fueron entrevistados algunos de los protagonistas del concierto. Cuando el regidor daba la orden de aplaudir, los espectadores aplaudían. Debieron seguir aplaudiendo hasta las doce del mediodía, hora en que tenían cita en otro chiringuito, el Coastline. Allí estaban el forofo del Southampton y la chica del pelo amarillo. Junto a ellos, Natalia Granada, una pintora colombiana que parecía haber encontrado la pócima secreta del asombroso negocio del chunda-chunda, eso que los Sex Pistols llamaron 'the great rock and roll swindle': 'Esto consiste básicamente en deambular', explica Granada. 'La gente va de acá para allá buscando algo que no pueden encontrar'. Aunque hay algunos que logran ver en medio de tanta ceguera: el pincha italiano Claudio Coccoluto actuó el año pasado en el MTV 2000, y al salir dijo: 'Esto es la forma de tener sexo y música a la vez'. Sería que estaba puesto. Puesto por el Ayuntamiento.
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