De la vida real
El turbulento pasado de la princesa noruega y el impredecible futuro del rey sin corona de la Liga española, Mette-Marit y Zinedine Zidane respectivamente, centraban la actualidad informativa del último sábado de agosto como dos efectos llamada dirigidos a los veraneantes reacios a retornar a la ciudad y a la rutina. La boda real (principesca) y el Real Madrid en el arranque de la competición futbolística de mayor rango nacional coincidían en la fecha y en el espacio acotado por los televisores, generando las primeras polémicas por el control del mando a distancia y anticipando el regreso a la normalidad.
El desarrollo y el resultado son en las bodas totalmente previsibles, salvo que se trate de bodas cinematográficas en las que lo más previsible es el presunto imprevisto de última hora. En el estadio, sin embargo, nunca se sabe lo que puede pasar.
Una línea de argumentación inútil a la hora de unificar criterios frente al televisor entre bandos irreconciliables. La única vía de compromiso, insatisfactoria para ambos, pasaba en este caso por un zapping equilibrado, de pantorrilla de Zidane a escote palaciego, de camiseta sudada a impecable uniforme marinero de gala, de tarjeta amarilla a etiqueta negra, de bronca en el área a homilía en el ara del altar.
Las bodas de los príncipes escandinavos no suelen competir ni compartir titulares informativos con los primeros avatares del campeonato de Liga, pero esta vez se trataba de un caso excepcional por varias razones, a saber: La idiosincrasia de la contrayente, una cenicienta de malas costumbres, madre soltera, divorciada y ex toxicómana, y la amistad de los contrayentes con una buena amistad del heredero de la Corona de España, Eva Sannum, bella modelo nórdica cuyo nombre acarrea resonancias de desodorante íntimo o de compresa alada.
La apasionante biografía personal de Mette-Marit, otro nombre resonante en los oídos ibéricos, tal vez mermó las filas de los monárquicos noruegos más estrictos, pero seguro que incrementó la masa social de sus admiradores. Las monarquías europeas pierden cortesanos pero ganan fans con estos entronques plebeyos en los que prima la pasión sobre la razón de Estado, como en las operetas y las historietas de Hollywood.
El principado de Mónaco, que sí que es de opereta, fue el pionero, como le correspondía, en lanzarse a la vorágine de la promiscuidad, comenzó con una estrella de cine y hoy incluye en el reparto a extras, guardaespaldas, starlettes y domadores de circo. La monarquía británica, que ya había iniciado sus escarceos con la frivolidad de las aventuras y desventuras de la princesa Margarita, progresó mucho en los últimos años hasta convertirse en la primera proveedora de escándalos para los medios de comunicación, especialmente para la prensa rosa, cuyos magnates algún día tendrán que dedicar un monumento a los de Windsor por los favores recibidos.
Príncipes y nobles, magnates y próceres, mantuvieron una hegemonía casi absoluta sobre los ecos de sociedad hasta hace unas décadas, cuando empezaron a colarse, en la dorada estela de Grace Kelly, los astros de la gran pantalla que exhibían también sus palacios, sus joyas y sus fastuosos guardarropas en el papel couché. Pronto empezarían a exhibir sus divorcios y sus adulterios y el ejemplo prendería entre sus aristocráticos vecinos de páginas y crónicas. Entre los efectos colaterales beneficiosos del fenómeno, que también los hay, tendría que señalarse el fin de la demonización social de las madres solteras y de los hijos adulterinos.
Si, como dicen los cronistas sociales, prospera la relación entre el príncipe Felipe y Eva Sannum, se extinguiría definitivamente la tradición endogámica de las monarquías europeas, sobre todo en el sector princesas.
El factor sanguíneo, consustancial con la institución, se diluye, el pedigrí se convierte en algo secundario; ni pura sangre, ni sangre azul, las princesas consortes del mañana tal vez no asistan a selectos internados suizos, sino a escuelas de modelos donde también aprenderán buenos modales, y los príncipes no buscarán sus medias naranjas en bailes de debutantes, saraos palaciegos o ceremonias familiares, sino en las pasarelas y en los desfiles que ni siquiera tendrán que ser de alta costura, bastará con un prèt a porter sencillito de andar por casa. Eva Sannum, sin ir más lejos, desfiló hace unos años en un centro comercial madrileño compartiendo pasarela con Ania, una modelo aficionada que luego luciría su palmito y sus modelitos en la primera casa del Gran Hermano.
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