Cogida grave de Dávila Miura
El primer toro cogió a Dávila Miura como para matarlo. Así, como suena. Marcaba Dávila Miura los tiempos del volapié y cuando ya había hundido prácticamente todo el acero en el toro éste le tiró un derrote súbito que le caló la ingle. El lugar de la cornada ya era lo suficientemente peligroso para que en ese preciso momento la cogida adquiriese caracteres alarmantes.
Pero no quedó ahí el percance sino que el toro continuó calamocheando, no se sabría decir si para destrozar al torero o quitárselo de encima. De esta pavorosa manera estuvo volteando a Dávila Miura durante unos segundos interminables, naturalmente dramáticos; y en el transcurso del espeluznante zarandeo unas veces quedaba boca abajo colgado del pitón, otras boca arriba, otras vertical y de cabeza, otras zangoloteando en lo alto.
Cebada / Dávila, Marco, Millán
Toros de José Cebada Gago, bien presentados, flojos, varios inválidos; tres primeros encastados y nobles, resto de media arrancada, deslucidos. Dávila Miura: estocada saliendo cogido (ovación y saludos); pasó a la enfermería. Francisco Marco: pinchazo y bajonazo (vuelta); estocada corta perdiendo la muleta y descabello (ovación y salida al tercio); estocada caída y descabello (ovación). Jesús Millán: estocada baja (vuelta); media estocada caída y rueda de peones (aplausos y salida al tercio). Enfermería: asistido Dávila de cornada en la ingle con sendas trayectorias de 20 y 15 centímetros, que produce desgarros y afecta al músculo sartorio pero no a los vasos femorales; pronóstico grave. Plaza de Vista Alegre, de Bilbao, 19 de agosto, 2ª corrida de la feria. Dos tercios de entrada.
Cuando finalmente y entre el revuelo de los capotes al quite el toro liberó a su presa, la sensación era que Dávila Miura llevaba cornada enorme, lo que en otros tiempos denominaban gráficamente 'cornadón de caballo'. Y, sin embargo, ante la general sorpresa, se incorporó, se zafó de las cuadrillas y los compañeros que pretendían auxiliarlo y se encaró con el toro en castizo desplante, señalando con el dedo la realidad de la estocada que llevaba el animal encima y lo había sentenciado a mejor vida.
Estaba herido el torero, evidentemente. Se supo luego que la cornada era grave, aunque limpia, según terminología muy de los taurinos. Y no se iba. O sea que no se acababa de marchar, empeñado en recibir la justa recompensa de los aplausos por la faena voluntariosa que le había realizado al encastado toro; meritoria, sin duda, teniendo en cuenta lo mucho que aguantó las vivaces embestidas; y por la estocada del remate, en la que ejecutó la suerte con mucha verdad a cambio de la cornada.
El otro toro de Dávila Miura, programado en cuarto lugar, quedó para Francisco Marco, que cambió el turno y lo convirtió en sexto. Menudo era el toro, por trapío y cornamenta. Los toros de la ganadería de Cebada Gago sacaron el tipo propio de su encaste, con unos cuerpos vareados, unas musculaturas definidas, el lustre propio de los toros criados de lujo, que es habitual en este hierro.
Lo malo fue que sacaron poca fuerza, algunos estaban aquejados de invalidez, y llegaron a los últimos tercios mostrando unas embestidas cortas que, faenas adelante, tendían a aplomarse y dificultar, por tanto, el toreo. No todos, claro. En los tres primeros prevaleció la sangre encastada y dieron el juego interesante -añádase emocionante- que se deriva de la bravura.
Uno de los mejores toros, en este sentido, le correspondió a Francisco Marco, que lo muleteó con irreprochable torería. Este diestro es de muy pocas actuaciones, apenas lo contratan fuera de las plazas del Norte y, en cambio, es uno de los del actual escalafón que tiene más asimilado el toreo clásico e interpreta las suertes desde la pureza y el sentimiento. Abrió Marco el trasteo mediante estupendos ayudados y toreó luego con fundamento por derechazos y naturales. Sólo se le podría censurar -sin mucho reparo, por supuesto- que cortara la faena tras cada tanda, que se diera entonces unos paseos para lo que dicen es dar un respiro al toro, pues en estos casos lo que se suele propiciar es que el toro pierda el celo. Y eso ocurrió.
En sus otros toros, el segundo suyo y el que correspondía a Dávila Miura, estuvo muy voluntarioso y valiente aguantando y hasta consintiendo las medias arrancadas que dificultaban el toreo.
El tercer toro sacó la encastada nobleza que posibilitaba faenas de las buenas y Jesús Millán no acabó de centrarse. Algunos pases de correcta factura dentro de los numerosos derechazos y escasos naturales que intentó los alternaba con otros destemplados, sufrió un desarme y libró achuchones varios.
El quinto lucía una arboladura impresionante. Gran alzada, cornalón y astifino como para provocar escalofríos, fue largamente ovacionado por el público en cuanto saltó a la arena. Y luego se vino abajo en medio de la general sorpresa. Entiéndase: estaba inválido, se desplomaba al salir de las varas y en el tercio de banderillas.
Y llegó al de muerte sin aliento y sin recorrido, por lo que Jesús Millán no pudo obtener lucimiento en el transcurso de sus insistentes y voluntariosas porfías para intentar sacarle partido.
La corrida de Cebada Gago defraudó por estas inesperadas invalideces, que no condonan las nobles embestidas de los tres primeros toros, ni mucho menos la fiereza del que abrió plaza, que estuvo a punto de destrozar a Dávila Miura. Por suerte no lo destrozó. Y aunque le pegó la cornada casi hay que felicitarse pues, según lo cogió, pudo ser peor.
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