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Reportaje:

La lonja del monasterio se llena de secretos

Álvaro Urquijo recuerda los veranos de su adolescencia horas antes de tocar en San Lorenzo de El Escorial

Un día de principios de verano de 1980, los hermanos Javier, Enrique y Álvaro Urquijo bajaban desde San Lorenzo de El Escorial en el coche con su padre para hacer unos recados en Madrid, como tantas otras veces. Padre e hijos iban imaginando planes para el veraneo familiar. Hacía sólo tres años que el progenitor se había comprado un pequeño piso en una urbanización cercana al monasterio y le ilusionaba reunir a sus hijos, a los que ya veía abandonar la adolescencia.

Pero ese día no fue igual a los anteriores. Los hermanos Urquijo comunicaron a su padre que ese verano no iban a pasarlo juntos, pues los tres acababan de firmar un contrato discográfico con una compañía y se tenían que meter en agosto en un estudio de grabación para editar en septiembre un disco de cuatro canciones.

La sorpresa del padre fue mayúscula. '¿No habíamos quedado en que nada de tocar la guitarrita, que lo importante es estudiar y dejarse de tonterías?', debió de decirles enfadado e intrigado. La turbación se tornó en orgullo. En el casete del coche empezó a sonar Déjame, Sobre un vidrio mojado, Niño mimado y Loca por mí. Los tres hermanos aprovechaban el atasco veraniego de los que se trasladan con los calores a la sierra sin dejar de ir a trabajar a la ciudad, para poner, antes de salir de El Escorial, la maqueta con las cuatro canciones que iban a grabar dentro de unos días en plan serio. Habían nacido Los Secretos.

Fiestas patronales

Álvaro Urquijo, el pequeño de los tres hermanos y único que permanece en la banda desde entonces (Javier la dejó a los dos años y Enrique falleció en noviembre de 1999), recordaba ayer esas sensaciones, un poco antes de regresar a San Lorenzo de El Escorial para tocar por la noche en la lonja, junto a las paredes majestuosas del monasterio. El concierto se enmarca en las fiestas patronales dedicadas a san Lorenzo, y que continúan hasta que mañana, a las doce de la noche, los fuegos artificiales despidan los festejos. Sin embargo, la fiesta seguirá un poco más abajo, en la localidad casi homónima de El Escorial, cuyas fiestas, dedicadas a Nuestra Señora de los Arroyos, comienzan mañana con un pasacalles (11.00) por la urbanización del mismo nombre, y continúan hasta el sábado.

En su programación destaca, además del segundo concurso de títeres Titiritesco 2001, que presentará a la compañía Camaleón Teatro con Cantatíteres (día 17, a las 19.00), el concierto del trío de dos violines y un violonchelo con miembros de la Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid, que tendrá lugar el 18 de agosto a las 20.45. Será en la parroquia de Nuestra Señora de los Arroyos y se escucharán melodías de Beethoven, Joaquín Rodrigo, Schubert o Verdi.

'El Escorial me trae esos recuerdos', decía ayer Álvaro Urquijo, 'pues de aquí bajamos aquel verano los tres a firmar el primer contrato, sin que mis padres se enteraran'. 'No he dejado de volver a El Escorial', reconocía, 'pues desde aquellos últimos veranos de los setenta y primeros de los ochenta hice aquí muy buenos amigos'. Eran sus años con la cuadrilla; Álvaro, todavía un quinceañero, a rebufo de sus dos hermanos mayores: 'Mi padre creía que por estar en El Escorial habíamos dejado de tocar la guitarra, ya que teníamos amigos distintos a los del colegio del invierno en Madrid; por eso, el día que le dijimos lo del contrato se preguntaba extrañado de dónde habíamos sacado tiempo para ensayar, componer y grabar una maqueta'.

Para conseguir ese contrato sin levantar sospechas tuvieron que inventarse algunas estratagemas desde El Escorial. 'Yo le decía a mi padre que me iba en tren a Madrid', recuerda Álvaro, 'porque había quedado con amigos para repasar asignaturas, pero en realidad iba al local a ensayar con mis hermanos'. Las piedras del monasterio de San Lorenzo y las callejas de su vecino El Escorial les guardaron el secreto hasta que ellos quisieron desvelarlo.

Han pasado 21 años y Álvaro ha conseguido convertir a Los Secretos en el único grupo superviviente de la célebre movida madrileña, de la que no reniega, aunque no acabe de gustarle del todo. 'Nosotros íbamos a nuestra bola', ha dicho en muchas ocasiones, 'no pertenecíamos a ninguna camarilla'. Sus veranos y fines de semana en El Escorial no les han inspirado específicamente ninguna canción, pero es un lugar que para ellos tiene mucho de entrañable. 'Eran veranos estupendos', repasa Álvaro, 'recorriendo con la pandilla los pueblos de alrededor, subidos más de dos en un vespino o haciendo dedo'.

Los adolescentes de hoy, algunos hijos de quienes golfearon con los Urquijo entonces, son los que anoche acudieron a la lonja para ver a Los Secretos del siglo XXI. Pero también muchos compañeros de generación.

Acústica

'La piedra milenaria recoge bien la acústica', había dicho Álvaro unas horas antes del concierto. El sonido de la noche de El Escorial le dio luego la razón. Además, casi 7.000 personas que anoche abarrotaban la lonja contribuyeron a amortiguar los rebotes que las evocadoras canciones de Los Secretos originaban contra esas piedras.

Con todo el futuro por delante, casi como el relevo simbólico del grupo estrella, el cantautor rockero Quique González ofició de sublime telonero y después compartió escenario invitado por Álvaro para cantar Buena chica. Teo Cardalda, de Cómplices, fue otra de las sorpresas de la noche. Se hizo con el mando de la batería para acompañar Colgado y cantar Y no amanece.

Antes de la madrugada, la noche de El Escorial se llenó de aquellas canciones que un día el padre de Álvaro Urquijo oyó por primera vez en el viejo casete de su coche y que ya han hecho historia.

SANTI BURGOS

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