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Columna
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Hombrecillos de letras

Luis Roldán, el más famoso director general de la Guardia Civil que jamás haya existido, se encuentra en estos momentos disfrutando de su primer permiso penitenciario, un liviano avatar (agradable para él, indignante para otros) que le ha devuelto a las primeras páginas de la prensa, su residencia habitual. Nuevas informaciones nos dan cuenta de su actividad durante los casi siete años que lleva entre rejas, en un pequeño complejo carcelario semejante a un motel: es decir, lo de entre rejas es una figura literaria. Durante estos años, Roldán no ha perdido el tiempo. Según sus declaraciones, ha leído mucho, está estudiando una carrera y parece que al tiempo se ha decidido a escribir sus memorias. Acaba de matricularse en segundo curso (¿Ciencias Políticas?) aunque no está claro que a ese ritmo obtenga la licenciatura mientras cumple condena.

Algo raro les pasa a los delincuentes de guante blanco cuando les encierran. Obsesionados hasta entonces por el dinero, acostumbrados al desfalco y a la estafa, especialistas en la malversación de fondos públicos, sufren una extraña reconversión: de pronto se transforman en hombres de letras. Los delincuentes de guante blanco no son chorizos de barrio y ellos lo saben. Como además no viven en celdas atestadas de reclusos, sus mesitas de trabajo adquieren un aire bibliotecario. De pronto descubren la cultura. Es entonces cuando empiezan a cultivar su espíritu y, efectivamente, se matriculan en la universidad a distancia, leen a los clásicos, aprenden informática o inglés, redactan memorias o traman largos y complejos epistolarios. Con tanto tiempo por delante, no les queda otro remedio que convertirse en hombres de letras.

Los hombres de letras de verdad somos camisas viejas de la cosa. Desde la adolescencia nos dio por practicar esas locuras que los financieros, los políticos, sólo descubren cuando están encarcelados. Nosotros nos hemos pasado la vida leyendo esto y lo otro, perpetrando poemas y novelas. Nosotros (incluso muchos más que los hombres de letras) gastamos parte de la juventud con los estudios.

No supimos entender entonces las dimensiones del juego. Mientras leíamos a Kafka, mientras jugábamos a traducir un poema de Kipling, aquellos otros tipos se dedicaban a robar profusamente. Pensábamos que lo nuestro era más noble, pero estábamos equivocados. Mientras muchos chicos y chicas estudiaban Económicas o Ingeniería, Roldán enviaba, tan rampante, su currículo al Ministerio de Interior: Ingeniero. Economista. Master en Economía, rezaba la terrible primera línea.

En casa nos exhortaban a estudiar, pero de los grandes delincuentes se suponía que ya habían sacado el título. Quizás es que, a estos efectos, unos y otros configuramos dos modelos platónicos absolutamente distintos: 'Estudia para ganar dinero', era el honesto fin al que nos dirigieron nuestras familias; 'gana dinero, que ya estudiarás cuando te trinquen', era la íntima filosofía de vida de Roldán.

Tarde o temprano, hasta los chorizos descubren la cultura. Incluso, en el caso de Roldán, la cárcel ha servido para culminar complejas meditaciones políticas, de ésas que ennoblecen el espíritu y hablan de una mente con amplitud de miras: 'La situación en el País Vasco es peor que antes', ha declarado; 'se mantienen los niveles de violencia de siempre, pero lo que se está planteando ahora es la unidad de España'.

Conmueve tan alto patriotismo en un malversador de fondos públicos. Pero no es extraño que, ante el clima ideológico generado en los últimos tiempos, sus propósitos de enmienda pasen por una insobornable denuncia de elementos sediciosos: no hay nada peor en este país que poner en entredicho la soberanía política. Roldán, un hombre reformado, puede denunciar en voz alta, orgulloso, a delincuentes muchísimo peores: los que cuestionan la unidad de España.

Mi padre era peor que este tipo. Tiene delito.

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