El patriota rompe las cadenas
Boban, el héroe nacional croata, deja el Milan tras nueve temporadas para irse cedido al Celta
De poco servían ya los favores de Silvio Berlusconi y los galones -cuatro scudettos y una Copa de Europa- acumulados durante nueve temporadas, porque una parte de San Siro se la tenía jurada a Zvonimir Boban. El gladiador Gattuso hería el balón con un sutil toque de uña, y la grada estallaba de júbilo. Pero llegaba el fantasista Boban intentando trazar un pase largo y, a poco que se desviase de su objetivo, el chasquido de las escopetas detonaba en San Siro. Berlusconi y sus tiffosi se buscaron un nuevo favorito, el portugués Rui Costa, al que han entregado el número 10 que hasta ahora entronizaba la jerarquía de Boban. Víctima del desamor, el croata Boban agotará su última temporada de contrato con el Milan cedido al Celta de Vigo.
Tras una lúgubre temporada, Berlusconi tocó en el Milan las cornetas de la revolución. Boban, que cumple 33 años el próximo día 10, aceptó que el orden establecido tocaba a su fin y se retiró tranquilamente a la costa dálmata, en su Croacia natal. Allí se dedicó a descansar, a practicar el rafting y a entrenarse bajo la supervisión del preparador físico del tenista Goran Ivanisevic. Desde que el Milan le declaró material desechable, no pocos equipos habían mostrado interés por el centrocampista. Pero Zorro Boban se decantó por España, y a última hora de ayer volaba ya hacia Vigo, después de que el Milan accediese a tener una consideración con él: el club italiano se hará cargo de parte de su elevado sueldo, inalcanzable para el Celta. El equipo gallego, de todos modos, deberá pagar 200 millones de pesetas a la corporación futbolística de Berlusconi.
La patada a un policía
El Celta parece ser la estación de retiro de un futbolista que siempre combinó elegancia y carácter, y cuya carrera y proyección pública están muy ligados a la tragedia de Yugoslavia. En los Balcanes, antes de que corriera la sangre, el fútbol actuó como un presagio de lo que se avecinaba, y Boban fue un protagonista central de aquellos sucesos. Ocurrió el 13 de mayo de 1990, en un choque -nunca mejor dicho- entre las banderas futbolísticas de croatas y serbios, el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado. El partido degeneró en una batalla campal entre aficionados y jugadores de ambos equipos. Hubo 150 heridos y un reportero gráfico captó el momento en que Boban daba una patada en la espalda a un policía. Sólo cuatro años antes, esos enfurecidos antagonistas celebraban juntos el campeonato del mundo juvenil que Yugoslavia había ganado en Chile, donde Boban fue elegido segundo mejor futbolista del torneo. En 1990, su agresión al policía le costó a Boban ser apartado de la selección yugoslava, pero le convirtió en un héroe nacional en Croacia, que ya caminaba hacia la independencia siguiendo un rastro de sangre.
El mismo año en que el fútbol anunció la guerra, Boban se fue a Italia fichado por el Milan. Eran los tiempos dorados de Arrigo Sacchi y la maravillosa tropa de Van Basten, y Boban tuvo que aceptar una cesión al Bari y dos temporadas más de calentar mucho banquillo en San Siro. Pero, en cuanto se fueron los holandeses, asaltó el trono y demostró sus dotes de mando. En la selección croata su jerarquía también fue indiscutible: anunció que jugaría en el equipo nacional sin cobrar porque ya se sentía retribuido con el 'extraordinario honor de vestir la camiseta roja y blanca'. Ante tanto patriotismo, le nombraron capitán.
La crisis del Milan le precipitó al abismo durante las dos últimas temporadas, en las que le tocó además frecuentar la enfermería. El público de San Siro, tan desnortado como el equipo, ya sólo disfrutaba con las zafiedades de Gattuso, y Boban fue arrojado a la papelera. No deja de resultar curioso que, después de vivir tantos años bajo la mano de hierro del tacticismo italiano, Boban haya escogido para retirarse el Celta, un equipo de espíritu libre. Pero nunca es tarde para romper las cadenas.
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