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Crítica:SANTANDER | LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sálvese quien pueda

Una terna joven, dos de ellos nuevos en plaza, hicieron el paseíllo. Tres jóvenes espadas que en cuanto se les larga una alcochafa manifiestan querer ser figuras del toreo. Tres promesas que en vez de dedicarse a torear, que es para lo que se les contrató, les dio por sacar los trucos, ventajas y vicios de los que ya están de vuelta. Si éste es el futuro, sálvese quien pueda.

El Califa, teniendo en cuenta lo de ser figura, cuando el toro le presenta problemillas, pasa de todo. Las figuras del futuro no tienen por qué saber los secretos de la lidia ni el estado de las reses, sólo el gusto de los aficionados. Así que en su primero tiró de faena patrón, donde no existe el mando, sí los enganchones; donde no hay sitio, sí posturitas, y donde el temple se cambia por los desplantes. En ningún momento se salió del guión. En el cuarto quiso bordar el toreo. Sólo consiguió bordear el rídiculo.

Para el derribo

Jesús Millán, para no dejar en feo al director de lidia en cuanto a conocimientos, administró a su primer enemigo un trincherazo por bajo de tal virulencia que el animal dio la vuelta de campana, con las cuatro patas al aire y a medio metro del suelo. El toro quedó para el derribo. Esto no impidió que el maestro se pusiera pesado, amparándose en trapazos con la mano de moda (derecha) y los clásicos desplantes. Cogido estúpidamente a la hora de entrar a matar, se dejó caer en la testuz del toro, que le levantó los pies del suelo con voltereta incluida. Al no serle concedida la oreja, dio tres vueltas al ruedo. Una de ley, la pidió el público. La segunda, por despecho. Y la tercera, por cachondeo popular. En el quinto bis, un inválido, al que debió pasaportar nada más hacerse de la muleta, montó un sainete con pérdida de respeto hacia el animal, que le arrolló estrepitosamente, salvándose de un percance seguro gracias a la pronta, inteligente y arriesgada intervención de Carlos Casanova, banderillero de su cuadrilla, que se llevó la ovación de la tarde.

Rafael de Julia no desmereció de sus tres compañeros. Se pasó en probaturas por bajo, rodilla flexionada, en su primero. Cuando irguió la figura, con la pañosa en la derecha, largó trapo y toro, luciendo enganchones de todos los estilos. Aburrió. En el que cerró festejo, atropellado, inseguro, sin recursos, a merced del inválido torete. No justificó en ningún momento el cartel que traía de Madrid. Con la espada, uno de los mayores desastres que se recuerdan.

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