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Columna
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Sociatas

Miguel Ángel Villena

En uno de los últimos espacios de Las noticias del guiñol, de Canal +, José Luis Rodríguez Zapatero le proponía a un sorprendido Jesús Caldera sustituir al Gobierno durante las vacaciones de verano. 'Pero, jefe, si nosotros somos la oposición, no podemos sustituir al Gobierno'. 'No importa', contestaba imperturbable el secretario general del PSOE, 'les hacemos un favor y además estamos tan compenetrados que no se notará la diferencia'. En tono de caricatura los guiñoles han sabido retratar a un dirigente socialista que ya todo el mundo conoce por el apodo de Sosoman.

Moderación, tranquilidad, permanente voluntad de pacto o ausencia de críticas de fondo han dibujado el perfil plano del líder de la oposición. En su estrategia hacia el centro, Rodríguez Zapatero se asemeja más a los liberales reformistas que a los herederos de la izquierda socialdemócrata. Signo de los tiempos quizá cuando los políticos carismáticos, para bien o para mal, han desaparecido de la escena.

En línea con esta actitud la reciente Conferencia Política del PSOE ha derivado en un conjunto de vaguedades, lugares comunes y buenos propósitos. Nada nuevo bajo el sol en un partido socialista que desde que abandonó el marxismo en 1979 no ha generado ni un mísero debate intelectual de cierta altura. Nada que ver con sus socios europeos que, como los franceses de Lionel Jospin o los alemanes de Gerhard Schröder, han ensayado con más o menos éxito fórmulas nuevas. Sin ir más lejos, la izquierda plural francesa, que engloba a socialistas, comunistas y ecologistas en el Gobierno, o la alianza rojiverde alemana. Medidas como la semana laboral de 35 horas en Francia o como la futura eliminación de la energía nuclear en Alemania representan avances indiscutibles de la izquierda. Entretanto, el PSOE parece más preocupado por recuperar el poder a base de una receta única de centrismo reformista que en oponer al PP una izquierda imaginativa y renovada.

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