Nacionalizar
Acaba de privatizarse la compañía Iberia, y ya se ha visto que no podía hacerse; o al menos, que no debía haberse hecho. En esta civilización hay una fragilidad en ciertos servicios que no puede estar, probablemente, en manos de sus empleados, y mucho menos en una parte selecta y minoritaria de ellos; pero desde luego no pueden estar bajo la dirección y las órdenes de empresarios atentos a sus beneficios; el lock out clásico -cierre empresarial para responder a una huelga-, aunque lo disfracen, no se puede tolerar. No es imaginable que un país se quede sin comunicaciones o sin electricidad, o una ciudad sin agua, por un problema entre empresas privadas y empleados. Ni se puede pensar que pase lo que ha pasado durante unas horas con algo tan vital como las comunicaciones aéreas; ni que venga sucediendo durante años con las huelgas solapadas de una clase de trabajadores, de la que no pienso que no tenga razón, sino que tiene una responsabilidad antigua que se refleja en los uniformes como militares que llevan estos conductores de aviones. Vivimos en una democracia de mano dura, autoritaria, de jefe y ministros tozudos; han nacionalizado a raudales, y puesto las empresas en manos de amigos o de correligionarios, y eso puede entenderse hasta un punto; a partir de la inhibición del Gobierno en momentos graves se deja de entender todo. A no ser que sirva para hacer una nueva ley de huelgas, que quiere decir una restricción del derecho de todas las huelgas.
Pero ¿existe aún? De cuando en cuando alguien descubre un foco de esclavismo; si algunos esclavos gritan con más fuerza su dolor, su hambre y su miseria mientras no cesan de trabajar, la policía se los lleva y los amenaza con la deportación. El pequeño fascismo cotidiano dice que si están aquí en esas condiciones es porque en su país se vive peor: pero no queremos que aquí vivan así, ni que se contagie al sistema de trabajo de todos, ni a las huelgas a las que todos tienen derecho.
Pero ése es un aspecto, digamos, colateral -por utilizar una expresión del terrorismo blanco- de lo que importa: ciertos resortes vitales de la civilización no pueden privatizarse ni servir para elevar unos beneficios. Hasta el neoliberalismo tiene que tener límites en esta etapa; y que evitar que sus empresas nacionales pierdan cuando son del Estado y ganen si son de individuos, sobre todo si es a costa de una catástrofe. Hay trampa.
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