Un homenaje a la verdad
Si usted niega la ley de la gravedad, le invito a hacer un sencillo experimento: abra la ventana y salte al exterior. En muy pocos segundos comprobará si usted está equivocado o no -aunque siempre cabe la posibilidad de seguir negando la evidencia y echar la culpa a la mala voluntad de los demás, a la casualidad o a lo mal que trabajan los arquitectos, sobre todo si tiene usted un abogado dispuesto a sacar los cuartos a quien pueda.
Pero si usted niega que hay leyes en el mundo moral, leyes como la de la gravedad en el mundo físico, no le puedo ofrecer un experimento tan concluyente. Tendrá que esperar años, quizá décadas. Pero al final podremos ponernos de acuerdo sobre si existen o no. Aunque, en este campo, es todavía más fácil no querer aceptar la realidad.
La capacidad de los humanos para engañarnos es infinita, pero llega un momento en que queremos la verdad
Alex Boraine acaba de publicar un libro sobre la reconciliación en la Unión Surafricana (A country unmasked, que se podría traducir por Un país sin caretas o sin máscaras). Alex Boraine fue el vicepresidente de la Comisión sobre la Verdad y la Reconciliación en Suráfrica, creada en 1996 y presidida por el arzobispo Desmond Tutu para ayudar a la sociedad de aquel país a curar las heridas dejadas por las injusticias provocadas por ambas partes en los años de la discriminación racial.
Pero aquí no quiero hablar de reconciliación, sino de algo más fundamental aún, que se pone de manifiesto en el libro de Boraine. La reconciliación y la paz no se consiguen gracias al trabajo de una comisión, ni con amnistías, ni con castigos. Ésa es una tarea que corresponde a toda la sociedad, es decir, a todas y cada una de las personas de esa sociedad. Y esa tarea empieza con algo muy sencillo, pero muy difícil: la verdad.
Ésta es una de aquellas leyes morales que, como decía antes, se cumplen inexorablemente, aunque podemos tardar muchos años en darnos cuenta de ello: no se puede construir una sociedad sobre la base de la mentira. Bueno, se puede construir, e incluso se puede lograr que el edificio aguante muchos años. Pero al final se viene el suelo. La Unión Soviética, la Alemania nazi y la Unión Surafricana del apartheid se crearon sobre la mentira. Mentira sobre lo que ocurría, mentira sobre la realidad: apariencia, ficción, camuflaje, ambigüedad... Pero, sobre todo, mentira sobre la sociedad y el hombre: el Estado es superior al hombre, la raza es superior al hombre, la dignidad de la persona se mide por el color de su piel...
La capacidad de los seres humanos para engañarnos es infinita. Pero llega un momento en que necesitamos decir la verdad, reconocer la verdad, aceptar la verdad, inclinar la cabeza ante la verdad. Y no es fácil. Boraine pone ese viaje a la verdad como una condición previa para la reconciliación en Suráfrica: no se puede intentar devolver la paz a una sociedad si antes sus ciudadanos no han hecho el ejercicio de buscar la verdad, de sorprenderse ante la verdad, de sufrir por la verdad y de aceptar la verdad -la verdad de los crímenes de unos y de otros; la verdad de las heroicidades de unos y de otros; la verdad de lo que unos y otros pensaban, querían y hacían; la verdad sobre lo que unos pensaban de los otros...: toda la verdad, no la tuya o la mía-. Luego, dice, unos optarán por el perdón y otros por la venganza. Pero el paso previo por la verdad sigue siendo imprescindible -y, probablemente, muy doloroso.
El lector ya se ha dado cuenta de que no me estoy refiriendo a Suráfrica, Ruanda, Yugoslavia, Irlanda del Norte o el País Vasco. También me preocupa el caso de la empresa que intenta sacar adelante sus chapuzas a cualquier coste, con la excusa de que hay que vivir y la coyuntura está muy difícil. ¿De verdad se lo creen? ¿Creen que ése es el problema o se lo quieren creer porque es más fácil? O el del directivo que se fija sólo en la cuenta de resultados y no se pregunta por las personas que le están ayudando a sacarla adelante. ¿Qué son para él esas personas? O el del director general que dice que quiere conductas éticas, pero sólo valora beneficios y costes.
O el de los huelguistas que justifican el daño a inocentes con argumentos falaces, argumentos que ellos quizá se crean, pero que no son la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. O el del funcionario que no se pregunta si la decisión que va a tomar es justa o no, sino sólo si le conviene a él o si le deja las espaldas cubiertas.
¿Recuerda el lector aquella deliciosa película, Secretos y mentiras? Un día, aparece en nuestras vidas algo o alguien que es verdad, pero que veníamos negando sistemáticamente. La primera reacción es negarlo otra vez: tú no existes, tú no eres mi hija. En la película, la evidencia acaba siendo aceptada. Y con ello cae no sólo aquella mentira inicial, sino toda una cadena de mentiras familiares, profesionales, personales y sociales. ¿Cuándo empezamos el ejercicio?
Antonio Argandoña es profesor de Economía en el IESE.
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