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Columna
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Paco ataca de nuevo

Los historiadores del Valencia CF no tendrán grandes dificultades para describir la última y enésima crisis del Valencia CF. Los observadores más conspícuos lo tienen claro: el presidente Pedro Cortés no ha resistido la presión que aherroja la poltrona y ha optado por refugiarse en el descansadero privado. Una conclusión tan simple como válida no explica, sin embargo, cómo este mismo directivo ha sido capaz de urdir durante tanto tiempo las conspiraciones más arriesgadas y tornadizas para alzarse con la presidencia que, al fin y al cabo, ha ejercido con moderación. Pero, humano y sentimental, ha cedido ante las aflicciones que le acosaban, más las que pueden preverse. Ha tenido sus años de gloria e inscribirá su nombre entre quienes rigieron el club.

Con alguna malicia, el suceso podría interpretarse como una venganza calculada. Venganza contra quienes le han tenido por cautivo de los verdaderos mandantes de la entidad y, particularmente, de su consejero delegado, Manuel Llorente. La relación de fuerzas del accionariado -un equilibrio altamente inestable- no le permitía romper la baraja e imprimir su estilo personal. En este sentido ha sido realista, pero a costa de cocerse a menudo en su mortificación. Su sacrificio, o eso colegía, era el precio por la paz societaria, a la que sin duda han contribuido asimismo los triunfos deportivos y el pavor ante la posible reproducción de los disparates y barrabasadas de su predecesor, Paco Roig.

Mañana comienza otra etapa en la casa valencianista. Este cambio, como diría el príncipe Fabrizio de Salina, es el precio que se paga para que todo siga igual. Tampoco hay alternativas. A lo sumo, oiremos algunos vientos de fronda por el probable traspaso de Gaizka Mendieta, que los más sensatos del lugar admiten como inevitable y hasta conveniente por los elementales imperativos del mercado. Pero será un episodio transitorio. Mucho más decisivo resulta que el núcleo de poder valencianista funcione sin chirridos escandalosos. El nuevo presidente, Jaume Ortí u otro, sabe cuáles son los límites de su autonomía. Y eso es mucho mejor que caer en brazos de un caudillismo tronitronante.

Por fortuna, este riesgo parece neutralizado. El proverbial Paco Roig, sin embargo, no ha perdido la oportunidad de enviarle un recado al consejo directivo. Apela legítimamente a su condición de gran accionista para reclamar la convocatoria de elecciones, pero simultáneamente se remite a los derechos de la inmensa y difusa mayoría en la que se ha ciscado cuantas veces le ha venido en gana, pues para él la democracia no ha pasado de ser un pretexto a beneficio de inventario. No hay más que recordar las últimas ampliaciones de capital de la sociedad anónima deportiva, todavía sub judice. Se arroga la condición de comprador de futbolistas, cuando vendió todos los que se le pusieron a tiro y el mismo Mestalla hubiese sido objeto de chamarileo de hallar interesado. Lo lleva en la sangre como su segunda y más neta naturaleza.

Por fortuna, repetimos, este lobo es muy conocido aunque, paradójicamente, le rinde un gran servicio a la entidad, pues la mera prolongación de su sombra o beligerancia cohesiona al equipo dirigente. Si algo se tiene por común en el seno del consejo es que no hay que volver a las andadas y que toda solución, por precaria que parezca, es preferible al desquiciamiento que alentó el inefable Paco Roig cuando trincó las bridas del club. En contraste con aquel desmadramiento, el melífluo Cortés o el comtemporizador Ortí -si su candidatura acaba cuajando- se nos antojan un prodigio de civilidad que debe propiciarse a toda costa, por más que a ciertos sectores de la afición les vaya la marcha y el delirio, que tan caros acaban pagándose. Aun se están pagando en los juzgados y en la desafortunada remodelación del estadio, por no citar otros legados no menos deprimentes. Tengamos, pues, la fiesta en paz.

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