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Columna
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La almorrana

Cuando subo al autobús, tengo por costumbre dar los buenos días al conductor. No todos me responden, lo cual comprendo porque saludar diariamente a cientos de viajeros, uno por uno, debe resultar extenuante. Hay, sin embargo, algunos que agradecen el detalle y acompañan la salutación con una sonrisa.

El otro día me sorprendió no encontrar respuesta en uno de los empleados de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) que nunca hasta ahora había dejado de mostrar su cortesía. Un día malo lo tiene cualquiera, pensé, y al principio no le di mayor importancia. Fue al coincidir de nuevo y comprobar que mantenía su inexplicable aislamiento cuando me convencí de que algo raro estaba ocurriendo. Ayer volví a verle y no resistí la tentación de preguntar qué le había pasado a su cotidiana amabilidad. El conductor miró a un lado y a otro y casi susurrando me dijo; 'los dientes, no quiero que me vean los dientes'. Aquel enigmático comentario no hizo sino incrementar mis dudas avivando el interés por conocer la causa de tan extraño proceder. ¿Qué le pasa a sus dientes? pregunté ávido de información. El hombre volvió a mirar a su alrededor con gesto preocupado haciéndome notar que la conversación le estaba poniendo en un compromiso. 'Me faltan dos dientes', respondió en un tono prácticamente imperceptible. Ahora si que no entendía nada. Recordé que cuando me dedicaba su matinal sonrisa, dejaba entrever una oquedad en la estructura dentaria si bien no acertaba a comprender que relación podía guardar aquello con su repentina antipatía. ¿Es que no lee usted los periódicos?, preguntó casi regañándome, 'en la EMT se han vuelto muy exigentes'. Según hablaba, sacó del bolsillo un recorte de prensa cuidadosamente doblado. Era una página fechada el siete de julio, encabezada por el titular: 'La falta de dientes impide ser limpiador en la EMT'.

Mientras leía el reportaje, el conductor avanzaba en el recorrido de parada en parada cuchicheando para si mismo. 'Ya ve como se han puesto las cosas', comentaba, ' si a un limpiador le exigen todos los dientes, imagínese lo que me pedirán a mí que trabajo cara al público. En efecto, la falta de piezas dentales aparecía como causa excluyente en las bases de la convocatoria realizada por la EMT para cubrir treinta y cinco puestos en labores auxiliares de limpiador o gasolinero. Aunque, la insólita la exigencia, tendría tan sólo un carácter anecdótico de no ir acompañada de otras aún mas inexplicables. Quienes aspiren a limpiar, manguera en mano, un autobús municipal, no pueden sufrir problemas de locución como tartamudear, ni tener los pies planos, tampoco han de padecer psoriasis ni mutilación parcial o total de los genitales. En el supuesto, harto improbable, de que el valor resida como cuentan en esa parte de la anatomía, dudo mucho que se necesite tenerlos especialmente bien puestos para limpiar un autocar. Alguien que pretenda acceder a una de esas plazas, quedaría igualmente descalificado si padece varices, de la misma forma que quienes muestren cicatrices que constituyan deformidad notoria. Tal y como lo ponen, dudo mucho que haya un solo presidente del Gobierno, un piloto de pruebas o un astronauta que cumpla todos los requisitos que la EMT exige para sus nuevos empleados.

Pero aún hay más. En el colmo de la exquisitez, el proceso de selección de personal impone otro excluyente que descartaría de un plumazo a un tercio de la población activa. Los limpiadores y gasolineros de la EMT no pueden tener hemorroides. Y da igual que éstas hayan sido operadas por un experto cirujano o atenuados sus efectos con oportunos baños de asiento; si el aspirante muestra síntomas de haber padecido ese mal, quedará inmediatamente descartado. De todos es sabido que las hemorroides se sufren en soledad y silencio por ser una dolencia que a pocos gusta revelar. No consigo imaginar la cara con que exigirán a los candidatos que les enseñen el culo para ver si ocultan en el esfínter alguna almorrana indeseable. Poco antes de llegar a mi parada, advertí que el conductor se movía inquieto sobre el asiento. Se percató enseguida de la observación lanzándome de inmediato una mirada cómplice que reclamaba solidaridad . 'Además de faltarme dos dientes', me dijo, 'me esta matando la almorrana.'

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