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FERIA DE SAN FERMÍN

Dos heridos graves en el peligroso y tenso penúltimo encierro

En la espalda de cada corredor se esconde la cicatriz de una historia: el primer encierro, aquella mala cornada o la huella de los ojos sorprendidos de un niño. Iñaki cuenta que un toro del Conde de la Corte le echó mano en el primer encierro de 1997. Fue en la entrada al callejón y el animal le llevó prendido de las astas hasta la arena. 'Se llamaba Corderero. En la corrida, cogió a Canales Rivera', recuerda. La hora de los relatos es la del almuerzo. A eso de las diez de la mañana, sobre las mesas del bar El Adoquín, justo al final de Estafeta, un grupo de amigos se reúne, come y deja rodar la charla. De por medio, el hambre de una amistad que se alimenta de la mejor conversación.

Acaba un encierro complicado. Los toros de Gutiérrez Lorenzo dejaron a su paso dos corneados, uno de ellos grave, y un herido con un golpe en la cabeza, también con pronóstico grave. Cuatro corredores más, éstos con contusiones leves, también recordarán la carrera de ayer. En poco más de tres minutos, se completó un encierro devorado por las caídas, los acelerones y los nervios.

Con el cohete que anuncia la llegada de los bureles a chiqueros, ya están formados los corros que pasan revista a lo apenas sucedido. Los apretones de manos y los golpes en el hombro hacen las veces de tertulia. Poco más tarde, cumplida una visita al tradicional baile de la alpargata en el Casino, Iñaki y sus amigos: José Luis, Fiona, Manolo, Íñigo, Pitu, Juancho, Fosti, Fran, Pepe... se dan cita en el Adoquín. La idea que consume a todos es vivir cada segundo de fiesta.

Se abren las puertas del corral de Santo Domingo y la manada se precipita. Al llegar al Ayuntamiento, los toros negros hieren y sobre el suelo, los dos cuerpos castigados con gravedad: el noruego de 35 años, Johan Sorensen, con una cornada de 15 centímetros en la rodilla y un fuerte traumatismo craneoencefálico, y el pamplonés, Héctor Bahamontes, de 30 años, con el golpe de un toro en la cabeza.

La manada se cae en Mercaderes. Avanza el encierro y a 30 metros de la curva de Estafeta, los pesados cuerpos de los morlacos forman un dique. Los miedos se amontonan. No pasa nada. Tensas carreras electrizadas por las puntas de las astas se encargan del resto.

Sobre las mesas del Adoquín, el ajoarriero, los huevos fritos, el lomo y el vino acompañan a buen paso la charla: Manolo cuenta la impresión que le causan los ojos de los toros; Iñaki recuerda la primera vez que, con 16 años cumplidos, se escapó de casa para saborear la dulce sensación del terror, y José Luis, médico de profesión, cita de carrerilla el día que dejó de correr: 'El 10 de julio de 1984'. ¿Qué pasó? 'Metí la mano en la cornada del americano Stephen Townsend. Un guardiola le había arrancado medio músculo. Pincé la arteria abierta entre el pulgar y el índice. Así fui hasta el hospital. Notaba el pulso en los dedos. Cuando llegué, me tuvieron que inyectar un relajante muscular en la mano. De la tensión. Estaba empapado de sangre, pero él salvó la vida. No he vuelto a correr'.

El encierro de Gutiérrez Lorenzo, en la calle de Mercaderes.
El encierro de Gutiérrez Lorenzo, en la calle de Mercaderes.LUIS AZANZA

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