Cortés
Si se trata de lágrimas y de fútbol, prefiero las de un Cañizares arrasado sobre el césped, en aquella noche de mayo milanesa e infernal en la que el Valencia CF perdió algo más que la copa de la Liga de Campeones. Por lo menos, eran auténticas y se contagiaban, puesto que respondían a un desgarro psicológico colectivo que incluso llegó a conmover al adversario. En cambio, las lágrimas apócrifas de Pedro Cortés durante su dimisión de la presidencia del club, con una escenografía de dorados y espasmos espurios, quizá fueran más apropiadas para un presidente de falla en la medianoche de San José. En ese trasunto de la agonía del traficante de oro Auric Goldfinger representado por Cortés ni siquiera se aportó nada al arte dramático. También el ex presidente, como aquel Goldfinger encarnado por Gert Fröbe, estuvo necesitado de un mayordomo coreano con un bombín afilado como una cuchilla capaz de cortar la cabeza a una estatua. Pero no lo tuvo, y su propia lengua tuvo que suplir al bombín, aunque ha terminado rebanándose el pescuezo por falta de psicomotricidad. Más allá del palmarés logrado por el equipo bajo su presidencia, a un dirigente que se va de portazo también hay que juzgarlo por el legado que transfiere a quienes le sobreviven, aunque sea apenas unas semanas después de proclamar que continuaba con más energías que nunca y de fichar a un entrenador a su antojo. Cortés deja un abismo en el horizonte del Valencia. Se larga para no afrontar la difícil situación que se le presenta a un equipo que no ha logrado clasificarse en la competición que casi ha ganado durante dos años consecutivos. Y sobre todo, para evitarse la erosión sobre su peinado de la marcha de un jugador al que antes de ese desenlace había prometido la libertad. Porque en esa coyuntura, quien en realidad es el murciélago del escudo (la afición), no se lo toleraría. Ha preferido envenenar a Mendieta y darse el piro. Por otro lado, hacer pasar a Cortés por Gandhi, en un club donde la endogamia es el precepto y en el que los miembros del consejo de administración han viajado en todos los caballitos del carrusel sólo para seguir dando vueltas, es un insulto. Dicho sea en la hora de su dorado suicidio.
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