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Columna
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Decisión difícil

Bastantes meses antes de que se convocaran las elecciones autonómicas vascas se debatió sobre la conveniencia e incluso sobre la legitimidad de que el ministro del Interior de José María Aznar, Jaime Mayor Oreja, continuara siendo ministro del Interior cuando era un secreto a voces que iba a ser el candidato a lehendakari por el PP en dichas elecciones. Jurídicamente no había nada que impidiera a Mayor Oreja seguir siendo ministro. Política e incluso éticamente se dudaba que fuera aceptable que simultaneara esas dos posiciones. Esta última era la opinión de la mayoría de los ciudadanos en los distintos sondeos que se publicaron en aquellas fechas.

Después del 13-M creo que está claro que simultanear ambas posiciones durante tanto tiempo fue un error. La mayor parte de la sociedad vasca, la inmensa mayoría me atrevería a decir, no vio a Jaime Mayor Oreja como el candidato a lehendakari por uno de los partidos que concurrían a las elecciones, sino como el ministro del Interior que venía a reconquistar unas provincias rebeldes. De ahí el nivel extraordinariamente alto de aprobación que suscitaba en general en España y el nivel extraordinariamente alto de rechazo que suscitaba en el País Vasco, como todos los sondeos ponían reiteradamente de manifiesto.

El error no fue solamente de cálculo electoral, sino que fue un error político. No se le puede encargar a un político vasco el Ministerio del Interior y pretender que al mismo tiempo sea el portador de la estrategia política del partido en el País Vasco. En el Ministerio del Interior se quema como político vasco. No se puede ejercer simultáneamente de ministro del Interior y de político vasco. Su ejercicio como ministro le suprime cualquier margen de maniobra en el sistema político vasco. El político vasco queda hipotecado de manera irreversible a su discurso como ministro del Interior. Solamente tendrá credibilidad si mantiene ese discurso. Y con ese discurso, si no consigue la mayoría electoral para intentar ponerlo en práctica, no puede ir a ninguna parte.

Esto es lo que el debate de investidura en el Parlamento vasco el pasado miércoles puso de manifiesto con claridad meridiana. Las reseñas periodísticas no lo reflejan con precisión. Pero quienquiera que siguiera por televisión la intervención de Mayor Oreja no podría dejar de advertir que su discurso no fue el discurso de un parlamentario en una sesión de investidura, sino que continuó siendo el discurso del ministro del Interior del Gobierno de España. En el fondo y en la forma, que es tan importante como el fondo. Lo que Jaime Mayor Oreja vino a decirle, casi a exigirle, al candidato del PNV es que hiciera lo que él haría si fuera lehendakari y que, en tal caso, contaría con su colaboración. Dialogar en esas condiciones es sencillamente imposible.

Jaime Mayor Oreja es prisionero de su imagen durante cinco años como ministro del Interior. No está en su mano, ni en la de nadie, cambiarla. Y esto le impide participar en el debate político vasco. Ni Mayor Oreja puede dialogar con Juan José Iberretxe ni a la inversa. Se podrá producir un enfrentamiento entre ambos, pero no un intercambio de puntos de vista con la finalidad de llegar a algún tipo de encuentro. Mientras Mayor Oreja sea el portador de la política del PP en el País Vasco, las relaciones entre el Gobierno vasco y el principal partido de la oposición en el País Vasco y el partido del Gobierno de España estarán bloqueadas. Es posible que se guarden las formas y que no se reproduzca la ruptura total del último año y medio, pero no creo que se pueda llegar a entablar ningún tipo de diálogo que merezca tal nombre.

Esta es una de las dificultades adicionales con las que hay que contar a la hora de dar respuesta al problema de la violencia en el País Vasco. Comprendo que para el PP es muy difícil tomar la decisión de prescindir de Mayor Oreja. Pero cuanto más tarde en hacerlo, mayor coste va a tener y mayor va a ser su aislamiento en el País Vasco. Y más difícil va a resultar poner en práctica cualquier política de pacificación.

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