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TOUR 2001 | Quinta etapa

El Kelme supera en el túnel del viento su vieja imagen de equipo escalador

Carlos Arribas

Lance Armstrong, dicen sus íntimos, acabó el pasado Tour sufriendo unas extrañísimas pesadillas en las que unos hombrecillos incansables, vestidos de un extravagante verde, en rayas combinadas con azul, también claro, y montados en unas bicicletas con alas, le hostigaban sin cesar en cuanto se empinaba un poco la carretera. Armstrong, de plomo, pegado al asfalto, los veía volar a su alrededor, y no podía quitárselos de encima ni evitar que le tiraran de su maillot amarillo hasta arrancárselo a trozos. Se levantaba el americano con sudores fríos. Bebía agua y se tranquilizaba viendo en la silla, bien doblado, su maillot amarillo sin un solo siete. Fue una tortura hasta el final del Tour. Tanto le marcó que intentó neutralizarla fichando para su equipo a Roberto Heras, el capitán de aquellos diablos.

'Pues si el Kelme le hizo sufrir el año pasado, que se prepare para éste', advierte Eusebio Unzue, director del iBanesto.com. 'Ya se vio en Lieja. Cómo le salían los kelmes por todas partes. Y ya verá en la montaña'.

Lo verá quizás mañana en los Vosgos, la interesante etapa de media montaña con la que el Tour celebrará el 14 de julio. Y, seguro, el martes, en la Madeleine, camino de Alpe d'Huez. Pero lo vio, admirado, también ayer. El Kelme también sabe rodar. Las contrarreloj ya no son su gran enemigo. El Kelme es un equipo completo. Y tiene un líder de acero, Santiago Botero. 'Algunos pensarán que no es lógico, pero tenemos un equipo muy bueno para esto', dice Vicente Belda, el director del conjunto. 'Es un equipo homogéneo y compacto. Y no sólo pensado para la montaña'. Sí, sí. Un equipo de impresionantes percherones, como Gutiérrez, González y Tauler. 'Un equipo para el Tour'.

Hace un par de meses, el Kelme se pasó por el túnel del viento de Tenerife. Fue también como si se pasara por el túnel del tiempo. Entró por el siglo XIX y salió por el XXI. Aprendieron que en las contrarreloj hay que bajar la cabeza y cerrar los codos, y utilizar la cabra aunque pierda eficiencia la pedalada. También ganaron confianza y se creyeron capaces de llegar al Tour y no tener que empezar la montaña como antes, como desesperados perdidos en las profundidades de la general. Paradoja. No están Heras ni Rubiera, pero el equipo es más fuerte. 'Y hemos seguido trabajando', añade José Ignacio Labarta, el segundo de Belda. 'Hemos ensayado la contrarreloj dos veces antes de venir al Tour. En Logroño y Valladolid. Hemos memorizado la mecánica de los relevos, calculado los tiempos, 20 segundos para los especialistas, 5 segundos para los escaladores, hemos perdido miedo a ir a rueda muy cerca. Hemos trabajado. Y eso paga'. Su diferencia con los grandes se mide en segundos. Nunca más en minutos.

Paga tanto, que Armstrong, dicen, ya no duerme. Ni Beloki ni Ullrich, cuentan, le quitan el sueño. Su pesadilla ahora es la Madeleine, el primer gran puerto del Tour. Ve a Botero pegado a su rueda. Y ve a Sevilla, el ligero escalador manchego, salir volando. No sabe qué hacer. Y sufre.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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