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Columna
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Ruido, furia e imperdibles

Una desafiante Margaret Thatcher proclama 'somos reaccionarios', mientras que The Clash urge a salir a la calle a montar 'disturbios blancos' (adivinen quién iba en serio). La reina Isabel II celebra su jubileo y los Sex Pistols rompen el fervor monárquico en el Reino Unido con su canción God save the queen. Son algunas de las yuxtaposiciones de Degeneración punk, el reportaje que Documanía (Canal Satélite Digital y cable) estrena hoy a las 23.30.

El título es equívoco. Realizado en 1997, coincidiendo con el vigésimo aniversario de la erupción del punk rock, el documental de Claude Santiago evita las valoraciones morales o estéticas para centrarse en captar los primeros momentos de un seísmo cultural. Aparte de caprichos como insertar las ilustraciones de Bazooka, se trata de un cuidado collage de material rodado entre 1976 y 1979, en su mayoría procedente de desconcertadas televisiones que hacen esfuerzos para comprender aquella insurrección, en tonos que van desde el pasmo hasta el cinismo.

En el documental abundan las revelaciones. Por ejemplo, lo poco punki que luce el primer público de los conciertos de punk rock (es la élite, aglutinada por Malcolm McLaren y la diseñadora Vivienne Westwood, la que definiría el look). La respuesta de la sociedad británica no es tolerante: los Sex Pistols son despedidos de dos discográficas, ven suspendidos sus conciertos, se enfrentan a manifestaciones de cristianos o burgueses indignados, son arrestados; sí, toda-la-publicidad-es-buena, pero aquí termina por hundir al propio grupo.

Degeneración punk también muestra cómo se va articulando la filosofía del movimiento, desde sus inicios balbuceantes hasta que algunos, como el vehemente Jimmy Pursey, lo explican como reacción a un grisáceo futuro de paro o trabajos miserables.

Degeneración punk se centra en el Reino Unido, aunque hace incursiones en Estados Unidos, con impactantes filmaciones en blanco y negro de Lydia Lunch, los Dead Boys y Richard Hell con los feroces Voidoids. Termina precisamente en Nueva York, con la tragedia de las absurdas muertes de Sid Vicious y su novia, Nancy Spungen, reflejadas por impávidos reporteros de televisión. El juego de la provocación se ha hecho mortal.

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