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LAS RELACIONES VALENCIANO-CATALANAS
Columna
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Mediterráneo

A finales de mayo de 1989 Jordi Pujol pronunció una conferencia en Castellón titulada La perspectiva del Mediterrani nord-occidental. Era el broche a una jornada en la que había hecho la digestión con Joan Lerma sobre un diván cortado en el tronco de un algarrobo del claustro del monasterio del Desierto de las Palmas. Habían hablado vagamente de infraestructuras, agua y de proyectos de colaboración. Pero aquella tarde en Castellón Pujol habló de una fotografía nocturna de Europa realizada desde un satélite y teorizó sobre algo a lo que apenas se le había dado importancia política. En esa fotografía destacaba una gran luminosidad que arrancaba en Londres, alcanzaba el delta del Rin, bajaba por su valle, se ensanchaba en dirección al este de Francia y se dirigía hacia Lombardía. En España había tres manchas luminosas: Barcelona y Valencia, formando un pasaje emergente, y Madrid, en el centro. En base a esa realidad, Pujol habló de la necesidad de entendimiento político entre las administraciones catalana y valenciana para aprovechar sinergias y proyectarse conjuntamente hacia ese gran resplandor que era el motor de Europa. El Mediterráneo se había convertido en un mar de bombillas, y para salir en esa foto había que moverse. Sin embargo, los políticos valencianos, con el malentendido lingüístico de fondo, todavía tardarían algunos años en incorporar a su lenguaje las inquietudes acerca de esa evidencia con la que el PP ahora se llena la boca en formato de seminario. Trece años después, la transcripción práctica de ese discurso está por articular. Le sobran palabras y le faltan hechos. Es la hora de la política.

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