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Columna
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¿Recaída?

De repente, para desmentir cualquier tentación de optimismo, nos da la sensación de que volvemos a ver desfilar los espectros del pasado. Lo que sucede en las Cajas sevillanas es algo tan intolerable como repetido, un testimonio más del grotesco caciquismo que los partidos -todos, también el del Gobierno- aplican a unas entidades que nada tendrían que ver con la política. La responsabilidad política del ministro Piqué por su gestión empresarial quizá pudiera ser eludida algún tiempo de no ocupar Exteriores o no estar España en puertas de la presidencia europea. En esas circunstancias no parece, en absoluto, tolerable. Hay que empezar sintiéndolo por él y deseando que los jueces le consideren inocente. Sería muy positivo que un día pudiera desempeñar un papel en la política catalana que sus méritos objetivos y el PP de allí se merecen. Pero sobre todo hay que sentirlo por todos porque con esta cuestión parecen resucitar fantasmas que creíamos desvanecidos. El primero es la lenta e inacabable agonía ligada a los escándalos e inevitable porque el ritmo temporal de los medios de comunicación es muy distinto del habitual en la Justicia. 'Esto va a durar mucho', afirmó recientemente el ministro de Asuntos Exteriores. Así es y hay que preguntarse si le merece la pena al Gobierno, a su presidente y a todos los españoles prolongar una situación que de entrada parece difícil de sostener. Ni siquiera a la oposición le puede convenir la dilación porque agriará el debate político y vedará esos pactos que son el centro de la estrategia de Zapatero.

Otro fantasma es el de las 'investigaciones internas', fórmula habitual en el PP y casi tan poco aceptable como la radical negativa a darse por aludido que caracterizó al guerrismo. Esta especie de 'justicia particular', de la que se sabe que ha existido a posteriori pero que nadie puede decir en qué ha consistido, al menos en el caso Naseiro-Sanchís produjo algunos abandonos de la vida política. Pero para recordar la levedad de las penas morales impuestas entonces basta recordar que alguno de los protagonistas de aquel caso, entonces marginado, ha sido nombrado patrono del Museo Reina Sofía. Pero la amenaza más consistente de este caso deriva de la posibilidad de que, como en otros tiempos, el fiscal general del Estado se convierta en el fiscal particular del Gobierno. ¿Qué sentido tiene que los dos grandes partidos suscriban un pacto por la Justicia si la Fiscalía sirve intereses que no son colectivos? En la etapa socialista, tan sólo el primero y el último de quienes desempeñaron esta importante función merecieron, por su discreción y sobre todo por una actuación con visos de imparcialidad, el respeto de los ciudadanos. Alguno recibió el cargo como premio de consolación por no haber conseguido la representación popular y otro hubo, nombrado de forma ilegal, que pareció tener su mayor interés en proporcionar la libertad provisional a Amedo. Entonces un brioso político de la oposición describió al personaje como 'cómplice' del Gobierno, un término que no debía haber utilizado por más que tuviera fundamento racional. Fue el propio José María Aznar.

Lo que venga depende ahora, sobre todo, no de Piqué, directamente concernido, sino del presidente. Uno de los aspectos de su gestión en que ha demostrado ser más hábil es en lo que se prodría denominar 'política de personal': saber colocar a cada cual en el puesto más adecuado en cada instante en beneficio propio. Ahora debe saber que está en ese momento en que un gobernante no se halla ya en esas alturas del aprecio, como cuando aterriza en el poder. Para unos puede parecer un objeto usado o, al menos, demasiado conocido, con propensión a resultar fastidioso y encerrado sobre sí mismo; otros no se atreven a chistar un consejo. En esas circunstancias los gobernantes fríos y discretos pueden dar mucho de sí. Para cumplir su programa legislativo y evitarse engorros, debe ser implacable. Tiene que actuar como lo hizo González con Morán y Albero y no como con Alfonso Guerra. Creo que fue Denis Healey, el laborista británico, quien aseguró que un buen presidente no debe tener el menor reparo en ejercer como carnicero. A José María Aznar le toca ahora enarbolar un gran cuchillo de trinchar.

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