Fracaso
El deporte y los deportistas valencianos han desaprovechado últimamente varias ocasiones, demasiadas, para alcanzar la gloria, para entrar en ese olimpo de los campeones que confiere, sólo a aquellos que lo logran, la categoría de mito. La victoria, en el deporte, lo es casi todo hoy en día, por más que el tópico de que lo importante es participar pueda indicar lo contrario. Así, en el profesionalizadísimo mundo del deporte actual, todo lo que no sea una victoria se entiende como un fracaso. Desde ese punto de vista, el mayor fracaso es sin duda el del Valencia CF, que por segundo año consecutivo ha dejado escapar una Copa de Europa que tenía a mano. Y fracaso es también el del tenista Juan Carlos Ferrero, quien, pese a haber ganado tres torneos importantes, cayó derrotado sin paliativos en la semifinal del más importante de ellos, el de Roland Garros. Igualmente se puede calificar de fracaso la participación del golfista Sergio García en el Abierto de Estados Unidos, donde el castellonense no supo aprovechar la mala actuación del número uno mundial, Tiger Woods, al fallar en los momentos cruciales de la última jornada. Sólo el deporte femenino valenciano ha salvado los muebles este año: desde la yudoca Isabel Fernández hasta las componentes del Terra i Mar de atletismo, pasando por los equipos del Osito, el Ferrobús y el Ros Casares. Sin duda, el fracaso de mayor repercusión es el del Valencia CF. El equipo de Mestalla, que nunca había alcanzado una final de la Copa de Europa, lo ha logrado de forma consecutiva en las dos últimas convocatorias, algo que muy difícilmente se repetirá. Si la pérdida de la primera oportunidad ya fue una gran decepción -agravada por el hecho de que fue ante el Real Madrid- caer por segunda vez en ese último trance, ver cómo de nuevo se escapa la gloria, es un golpe difícil de superar, sobre todo para una afición que lo ha dado todo por su equipo. Un golpe que puede tener consecuencias nefastas para una entidad que históricamente se ha sumido con demasiada facilidad en la desilusión tras sufrir un revés deportivo. Bien mirado, es un golpe merecido: jugar a no perder puede valer como táctica, pero no sirve para alcanzar la gloria.
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