_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Charlatanes

Me fascinan los charlatanes. Esos tipos que emboban a la gente manejando un rallador de hortalizas o un destornillador multiusos son, sencillamente, geniales. La forma en que combinan dialéctica y gestualidad para convencer al público de que su vida carece ya de sentido alguno si no adquieren el artilugio que les ofrece constituye todo un arte. Un ejercicio de seducción del que deberían aprender muchos dirigentes políticos quienes, a pesar de contar con instrumentos bastante más poderosos, son incapaces de ilusionarnos. En tan árido desierto de motivación le resulta fácil operar a cualquier predicador de tres al cuarto que quiera manipular las neuronas sesteantes de los ciudadanos ávidos de emociones.

Recuerdo la impresión que me produjo hace quince años el éxito de audiencia que cosechaba en la televisión de Florida un telepredicador que ponía a sus seguidores como una moto. Era un señor negro como el betún al que, sin lugar a duda, había vestido el enemigo. Con su chaqueta morada, la camisa carmesí y una corbata fucsia que levantaba ampollas en las pupilas, aquel armario parlante invocaba a Dios, prometía la felicidad y la salvación eterna al tiempo que lanzaba vociferantes 'aleluyas' que retumbaban en toda la sala. Mientras tanto, una decena de empleados pulcramente uniformados recorría el patio de butacas con enormes cestas que los fieles en éxtasis atiborraban de dólares. Aquello me resultaba inexplicable. No podía entender que en un país tan avanzado y con todas las posibilidades económicas y culturales triunfara semejante ceremonia de la estupidez. Apagué el televisor del hotel de Miami en que me alojaba con el convencimiento y el orgullo de que nunca vería algo así en mi país. El pasado sábado por la noche, cinco mil personas abarrotaron la plaza de toros de Leganés para asistir al show de un famoso telepredicador americano cuyo nombre no tengo el menor interés en recordar. Me cuentan que fue la bomba. Según parece, este iluminado no se corta ni con un serrucho. Y lo mismo utiliza niños para devolverles supuestamente el habla, incluyendo el aprendizaje de idiomas en el milagro, que contrata a unos cuantos farsantes para que entren en el escenario en silla de ruedas y salgan con ella al hombro. Muchos de los asistentes fueron como quien va al circo y se partían de risa, pero la inmensa mayoría se tragó aquello como si tuviera delante a un nuevo Mesías. Una experiencia realmente alarmante al revelar que cualquier papanatas puede venir a idiotizarnos y vendernos el paraíso terrenal. Tres días después de que el telepredicador norteamericano saliera a hombros de la plaza de toros de Leganés, el Air Force One tomaba tierra en Barajas con el nuevo amo del mundo en su interior. Aunque George Bush no acertara a pronunciar correctamente el nombre del presidente español y le llamara Anzark y confundiera además la finca toledana de Quintos de Mora con un rancho mejicano, nuestro Gobierno se puso inmediatmente a su servicio. Bus encontró en Aznar el primer aliado para su escudo antimisiles y, a cambio, el presidente norteamericano le prometió colaboración en la lucha antiterrorista. Todos saben por ahí fuera lo que sangramos por culpa de ETA y las ganas que tenemos de acabar con sus burradas, así que se aprovechan. A cambio de acabar con su santuario, y no lo hizo del todo, Francia nos vendió sus trenes veloces que siempre son más presentables que los misiles. El número uno en USA enamoraba a Jose María Aznar el mismo día en que el presidente de Madrid reunía a los suyos para darse un baño de autocomplacencia. Con la excusa del primer bienio de su segundo mandato, sentó en una grada a sus consejeros y altos cargos, repasó uno a uno los éxitos de su gestión, proyectó un vídeo con las grandes obras en marcha y, tras calificar de fabuloso el progreso de Madrid en estos dos años, se plantó asimismo un sobresaliente sin el menor rubor. A pesar de que su arenga resultó menos anodina que el encuentro de Aznar y Bush y que trufó alguna frase populista de Kennedy, Ruiz-Gallardón no hubiera arrancado en la plaza de Leganés ni un solo aleluya. Toda una crisis de ilusión que magnifica al charlatán callejero, al que tanto admiro. Escuchándole se que corro el riesgo de comprar un pelador de patatas o una herramienta inútil, pero no de volverme idiota.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_