Locos por la moda
La pena de muerte es una reacción histérica, nada tiene que ver con las decisiones democráticas. Algunos Estados modernos no soportan verse anoréxicos frente a los derechos individuales y reaccionan con agresiones desproporcionadas. Pero hasta cuando el Estado mata de oficio, no puede evitar hacerlo según la moda porque así parece que lo hace en nombre de los demás.
En tiempos de la Revolución Francesa, la guillotina apuntaba al cuello porque tenían una concepción jerárquica y aristocrática del cuerpo humano. Había que separar la cabeza del resto, lo superior de lo inferior, desconectar la parte noble del vulgar organismo humano. Durante una larga época predominó esta concepción sobre cualquier otra, aunque fueron muy variados los procedimientos utilizados para realizar la ejecución. La horca seguía obsesionada por el cuello de los ciudadanos, pero ya es incruenta, rompe y estrangula la comunicación entre ambas partes, sin embargo no separa de forma visible y sangrienta.
Con la aparición de la industria y de las máquinas, cambia la concepción del organismo y del cuerpo humano. Ya no hay partes superiores e inferiores, desaparece la jerarquía aristocrática y los órganos son mecanismos que cumplen cada uno con su función. El fusilamiento es más industrial, más a la moda, porque se utilizan pequeños instrumentos mecánicos que actúan a distancia interrumpiendo la acción de algunas partes vitales del organismo. Con el tiempo se adorna con detalles menores que anticipan el futuro, aunque también se hacen concesiones al pasado. El tiro de gracia final, otra vez el cuello, es una reminiscencia aristocrática, pero también aparece la última voluntad del condenado en forma de cigarrillo, el comienzo psicológico de la muerte dulce.
En los alrededores de la Segunda Guerra, los Estados enloquecen y se dejan arrastrar por el vértigo de sus nuevos juguetes técnicos. Los condenados soportan todo tipo de descubrimientos, desde la electricidad masiva hasta múltiples y variados compuestos gaseosos. Es el estremecimiento del gran poder moderno, pero se enmascara y se oculta de nuevo asustado por su propio rostro.
La moda actual es la muerte por etapas, pero recibe el nombre terapéutico de inyección, aunque en realidad es letal y tampoco es una sino varias. El cuerpo ya no tiene partes más o menos importantes, ni jerárquicas, ni siquiera mecanismos vitales, todas las funciones son psicológicas y todas las partes son equivalentes. Como nos ocurre a la mayoría de nosotros delante de un televisor, el condenado queda anestesiado al poco tiempo, luego entra en parálisis muscular y, en la tercera etapa, colapsa. La pena de muerte disfrazada de vida cotidiana, aderezada con cámaras, declaraciones y funcionarios. Todo normal y rutinario.
Es igual, sigue siendo una reacción defensiva, más histérica que nunca, simple miedo ante la pérdida de poder. Pero eso sí, diseñada dentro de una moda rabiosamente actual. Se siente uno despreciable hablando sobre ella y describiendo su estilo, pero es que tengo miedo a que hayamos recibido ya la primera inyección y quiero quitarme de encima la modorra que produce la anestesia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.