El adiós de un clásico lleno de carácter
Roberto, ex jugador del Barça y el Valencia, se retira tras 22 años en activo
Con su cara de actor de cine negro norteamericano de los años treinta, Robert Fernández, de 39 años (Betxí, Castellón), se ha paseado durante 22 años -al principio, como Roberto; después, como Robert- por los campos de la Primera y la Segunda División. Y lo ha hecho con coraje, honradez y profesionalidad. Si se retira ahora, tras dos temporadas en el Córdoba, es porque considera suficientemente probado que el tiempo no pudo con él ni con su pasión por el fútbol. Al ex jugador del Castellón, el Valencia, el Barcelona, el Villarreal y el Córdoba, 29 veces internacional, le gusta pensar que se ha ido cuando ha querido y no cuando, entre bromas, los ex compañeros retirados le decían que lo dejara, que ya estaba bien. Muy querido por la gente del fútbol, anoche recibió un homenaje de sus compañeros del Córdoba y otros jugadores llegados del resto de España para despedirle.
Y es que 22 años dan para mucho. Para cientos de anécdotas, como la de aquella tarde, en el Camp Nou, en la que fue expulsado por el árbitro Martín Navarrete. ¿La razón? 'Me ha llamado marrano', expuso en el acta el colegiado a pesar de que Roberto asegurara que lo que le había llamado era Navarro; como abreviatura del apellido, claro. Siempre tuvo un carácter muy fuerte y le traicionó en ocasiones. Como en aquel choque con el Valencia en el que, al ser sustituido, insultó a su entrenador, Carlos Parreira, y una grabadora registró sus palabras. Entonces llamó al técnico tras el partido y... pelillos a la mar.
Parreira no se lo tuvo en cuenta porque sabía de qué futbolista se trataba: de un tipo que para no acudir a un entrenamiento debía tener la pierna hecha trizas. Así se pasó un año, en el dique seco, aquejado por una gravísima lesión en el talón de Aquiles que ha arrumbado ya a muchos futbolistas. No a Roberto, que regresó como Robert y con 32 años a jugar en el Valencia cuando nadie daba un duro por él. Durante su recuperación, se levantaba a veces en plena madrugada, y se echaba a correr a ver si podía soportar el dolor. Ahora luce una cicatriz con pinta de cremallera que va desde el talón hasta el gemelo.
De esa fortaleza de carácter también puede contar algo el ex madridista Michel, con quien compartió piques históricos en los apasionantes Valencia-Madrid de principios de los noventa. Luego, sin embargo, fueron buenos amigos al coincidir en el Campeonato del Mundo de Italia 90.
Su pasión por el fútbol nació probablemente de la frustración de su hermano, que hubo de colgar las botas muy pronto por un soplo en el corazón y se volcó con el pequeño, al que inculcó una férrea voluntad por ser profesional. Al estilo de un púgil, se endureció corriendo detrás de su coche. Y descubrió que tenía una capacidad pulmonar extraordinaria: rara vez pasó de las 160 pulsaciones por minuto en los momentos de máximo esfuerzo. En las carreras de los entrenamientos, quiso siempre ir el primero, incluso cuando estaba ya más cerca de los 40 años que de los 30. Ha sido un superdotado físico, pero también se ha cuidado con pulcritud. De su competitividad feroz baste este ejemplo: estaba hace dos años en plenas vacaciones, en Escocia, y se arrancó a correr para ascender una montaña. No podía permitir que un compañero de equipo con el que compartía el viaje llegara antes que él a la cima.
Roberto fue un futbolista precoz. Con 17 años subió con el Castellón a Primera. Le fichó el Valencia de inmediato y allí vivió una fase decadente del club de Mestalla que culminó con su traspaso por 100 millones de pesetas de la época al Barcelona justo el año del descenso del club valenciano, en 1986. Un traspaso polémico que efectuó el actual presidente, Pedro Cortés, quien justificó la venta porque quería recuperar un dinero que había prestado al club de Mestalla.
El Barcelona y todo su grupo de estrellas, con Cruyff a la cabeza, le impresionó. Con ellas ganó una Recopa ante el Sampdoria de su amigo Víctor Muñoz (1989). Y un año antes vivió el motín del Hesperia [el enfrentamiento de los jugadores contra la directiva de Josep Lluís Núñez] y conquistó la Copa ante la Real Sociedad con Luis Aragonés en el banquillo. Ahora se le cae la baba cuando habla de Cruyff pese a las múltiples demarcaciones en las que le hizo jugar el técnico holandés. Después llegó una gran oferta del Valencia y el propio Cruyff le recomendó que la aceptara. Se perdería así gran parte del banquete que se zamparía el Dream Team.
Pero, al menos, volvió a casa, a un Valencia saneado económica y deportivamente por Arturo Tuzón, otro castellonense con el que se identificó hasta el punto de comprar acciones del club cuando se convirtió en sociedad anónima. Hoy recuerda esta segunda etapa valencianista con un sabor agridulce: 'Hicimos un gran fútbol con Guus Hiddink. Nos divertimos, pero podíamos haber rendido mucho más'.
Centrocampista muy potente, de muchos conocimientos tácticos y excelente cabeceador, terminó, como tanto otros, reculando hasta la posición de libero, en la que jugó en el Villarreal y el Córdoba. En el Villarreal fue mucho más que un futbolista: se preocupó, por ejemplo, de mejorar las condiciones del vestuario para evitar que los jugadores cayeran resfriados cuando llegaba el invierno. Contribuyó, en fin, a la modernización del club,con el que ascendió a Primera en 1998.
Ahora comparte la vida con su mujer, Consuelo, y sus dos hijas, con las que tiene previsto instalarse en Valencia y seguir ligado al fútbol. Al menos, otros 22 años.
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