No hay manera
Ver torear se ha convertido en una vana pretensión, una entelequia, el sueño de una noche de verano. A los toreros de la nueva ola les dan igual los toros que les echen. Ya pueden ser nobles que no hay manera.
Toreando o sin torear, los toros que les salgan han de ser santos; entiéndase, bucólicos borregos, o no juegan. Si los toros sacan casta, por tanto esa agresividad congénita del toro de lidia normal, o no le dan un pase o, si se lo dan, va el toro y los coge.
Y así marcha la fiesta, con sus decires y sus excusas: que si el toro era tobillero, que si me miraba, que si pegaba cabezazos, que si no transmitía, que bueno, transmitiría, pero tenía peligro sordo y la gente no lo ha sabido ver...
Las cosas que se oyen en el mundillo taurino... Las cosas que se oyen hoy en el mundillo hace unas décadas sólo las decían los tontos de baba y eso si la habían cogido de anís.
Y luego están las que se oyen por la periferia, que oscilan entre la exageración y el disparate. Lo que se oía ayer acerca de la cogida de El Juli, sin ir más lejos, tampoco se explica salvo que se dijese bajo los efectos del coñac.
Los toros condesos sacaron la casta característica de su raza y a los diestros semejantes humos les inspiraban poca confianza. Una vez más se exceptúa Pepín Liria, a quien no le arredran los retos de la casta ni las bronquedades bovinas, y se faja con lo que sea menester. El inconveniente surge, no obstante, cuando en el toro predomina la nobleza pues entonces no se encuentra.
Necesita Pepín Liria las emociones fuertes, medirse con los toros duros de pezuña, intentar ganarles la pelea, lo cual suele suceder. Y esto fue, justo, lo que no pudo ocurrir pues los toros de Pepín Liria, sobre todo el primero, desarrollaron nobleza suficiente para hacerles el toreo bueno.
El pundonor del corajudo diestro era evidente mas ya es sabido que las musas son caprichosas y a veces no acuden a los más voluntariosos sino a los más holgazanes; les da por ahí, qué se le va a hacer. Y Pepín Liria, empeñado en cuajar con maneras divinas los derechazos y los naturales a su primer toro, resulta que le salían mediatizados por las limitaciones y las cortapisas connaturales a la levedad del ser. De cualquier forma remató la faena mediante ayudados toreros, mató pronto y el público le premió el esfuerzo con una gran ovación.
Con el quinto toro, en cambio, Pepín Liria estuvo francamente apelmazado. Se ve que se le había contagiado el sopor de la tarde y percibía los recelos de un público que estaba deseando huir.
El ambiente, en efecto, no era propicio. La mala tarde empezó ya con el toro que abrió plaza, manejable por el pitón derecho, peligroso por el izquierdo, que acabó volteando a Óscar Higares precisamente cuando intentaba darle un natural. Hasta entonces, Higares lo había toreado fuera cacho, estirando cuanto podía su largo brazo y, naturalmente, faltaban la estética y la emoción. En las postrimerías del trasteo se echó la muleta a la izquierda, el toro le avisó par de veces y a la tercera le entrampilló y se lo echó a los lomos. Cayó Higares bajo el toro y para evitar los derrotes no se le ocurrió mejor recurso que abrazarse a las patas traseras del animal, dejándolo así inmóvil. Lo nunca visto.
El cuarto toro, hierro Ángel Sánchez, de mucha seriedad y trapío, tenía apenas media arrancada e Higares intentó aplicarle el mismo estilo de faena que al toro anterior, con adversa fortuna. Y sufrió varios achuchones, más un desarme en el que salió perseguido y gracias a que el peón Pirri le hizo el quite cortando oportunamente el peligroso viaje del toro.
Las intervenciones de Juan José Padilla empeoraron el panorama. Comentaba un aficionado que este torero, sin la portagayola, no es nadie. Banderilleó empleando sus condiciones atléticas, muleteó sin arte ni recursos, mató fatal, y al cobrar el horrendo bajonazo que tumbó al sexto toro, la gente, harta de que no toree ni dios, hastiada, aburrida, se precipitó a los vomitorios huyendo de allí y jurando que no volvería ni loca. Y quién sabe: a lo mejor es verdad.
Babelia
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