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Las trampas de los modelos europeos

Las propuestas de Schröder y de Jospin desatan en la UE un debate sobre el auténtico contenido integracionista de las ideas alemanas y francesas

Soledad Gallego-Díaz

Hacía años que el debate sobre el futuro de la Unión Europea no alcanzaba tanta intensidad e interés. De repente, en menos de tres semanas, los grandes temas, que permanecían amortiguados y con sordina, han saltado a primer plano, impulsados, nada menos, que por los responsables políticos de los dos grandes países que forman el eje del proceso de construcción europea: Alemania y Francia. El canciller Gerhard Schröder y el primer ministro Lionel Jospin tienen ideas distintas sobre el futuro de la Unión, y por primera vez las han presentado de una forma coherente y articulada.

Es una novedad porque, hasta ahora, París y Berlín solían negociar previamente entre ellos para presentar finalmente a sus socios un proyecto más o menos común. En esta ocasión, la tradición se ha roto, probablemente por iniciativa de Alemania. Schröder ha sido el primero en presentar su propio plan, como un texto dirigido a su partido, el SPD. Y ha esperado tranquilamente la respuesta francesa.

Francia bloqueará, como en los 50, una federación europea, pero impulsará un gobierno económico único

Es notorio que Jospin y Schröder tienen problemas para entenderse, por más esfuerzos que realizan y por más encuentros y entrevistas que programan.Nada que ver con la amistad y admiración intelectual que unió a Giscard d'Estaing y Helmut Schmidt o el afecto mutuo que se profesaron Mitterrand y Kohl. 'Estos dos políticos saben que tienen que trabajar juntos, pero no parecen encontrar placer en ello', comentó un alto funcionario francés a raíz de los enfrentamientos de la cumbre de Niza.

Sería, sin embargo, arriesgado atribuir a esta falta de sintonía personal el nuevo giro que han adoptado las relaciones entre Francia y Alemania. Los dos países parecen basarse ahora más en un estricto toma y daca, que en el papel de árbitros y eje conjunto de la construcción europea que han desarrollado históricamente. Y las dos propuestas que han dado origen al debate actual responden más bien a esa nueva situación.

Pese a todo, la discusión franco-alemana ha sido acogida con entusiasmo en toda Europa no sólo porque resulta intelectualmente apasionante, sino también porque abre las puertas a un debate político realista: cómo va a ser la Unión Europea cuando se lleve a cabo la ampliación e ingresen 12 nuevos países, casi todos ellos del este de Europa. ¿Estará más, o menos unida? ¿Se harán más o menos cosas en conjunto? Y, sobre todo, ¿cómo se decidirán los asuntos relacionados con la economía, los derechos sociales y las políticas de solidaridad?

Objeto no identificado

El debate, que empieza a esbozar esquemas muy distintos, está ahora al rojo vivo, se suavizará cuando se acerquen las elecciones francesas y alemanas, y volverá a renacer para cristalizar en la cumbre de Berlín de 2004. De ahí tiene que salir otro modelo de Europa.

El proceso de construcción europea ha sido, y es, un raro proceso político, permanentemente en tensión entre quienes creen que es el resultado del fracaso de una idea que debió llevar a Estados Unidos de Europa y los que piensan que basta con que sea una simple organización intergubernamental. Desde que nació, tras la II Guerra Mundial, se ha ido creando a sí misma, sin parecerse a ninguna otra institución internacional y funcionando de una manera sin equivalente en la historia de la ciencia política.

El francés Jacques Delors, que fue presidente de la Comisión en una época dorada, dijo que la UE era un oini (objeto institucional no identificado) y el profesor Paul Taylor la definió como 'extraño acuerdo entre Estados que beneficia a la mayoría de los ciudadanos sin amenazar su soberanía nacional'.

En torno a ese concepto de 'soberanía nacional' se resume en teoría parte de la discusión actual. El proyecto alemán, dicen los titulares, es federalista, mientras que el plan francés se basa en acuerdos entre Estados soberanos, lo que el propio Jospin llama 'la querida idea de una federación de Estados-nación'.

Si esto es así, ¿por qué la propuesta alemana despierta tantas críticas en los pasillos de la Comisión Europea, en Bruselas, el organismo más 'federal' y comunitario de todos los de la UE? Porque la propuesta de Schröder, según muchos analistas, tiene 'trampa'.

Es cierto que Alemania propone convertir a la Comisión en un auténtico poder ejecutivo y dar más poderes al Parlamento Europeo, pero, al mismo tiempo, 'renacionaliza' dos capítulos que ahora se deciden de forma comunitaria y que, casualmente, suponen nada menos que el 80% del actual presupuesto de la Unión: la Política Agrícola Común (PAC) y las políticas estructurales (de solidaridad); es decir, a través de su propuesta, Alemania recuperaría la gestión y el control sobre buena parte del dinero que ahora aporta a la Unión Europea.

'Alemania tiene dos objetivos claros: quiere pagar menos y controlar más el gasto, y elaborar un catálogo de competencias que le permita satisfacer a los landers', explica el diputado socialista Joaquín Almunia, que dirige un grupo de estudio sobre los problemas comunitarios. 'Creo, sin embargo, que Alemania es un país poco nacionalista, mucho menos que Francia, y que no hay razones para dudar de sus intenciones', añade.

Muchos de los políticos alemanes en activo proceden de la política 'regional', es decir han trabajado en los lander y saben que es justa la queja de que el Gobierno federal esta transfiriendo a instituciones europeas competencias que no son suyas sino de los Estados federales. Por eso, Schröder ha exigido que se establezca claramente qué es competencia de la UE, qué de los Estados miembros y qué de los Estados federales, autonomía o regiones. Desde su punto de vista, es mucho más sencillo transferir a la UE competencias relacionadas con la defensa, seguridad, lucha contra el crimen organizado y la inmigración y derecho de asilo, que dependen de Berlín, que fondos de solidaridad, que son competencia de sus Estados federales.

Mucha influencia

La mayoría de los socios de Alemania mira con simpatía sus problemas internos, pero recuerda que sólo afectan indirectamente a otros tres países, Italia, España y Bélgica, que también tienen estructuras autonómicas o comunidades lingüistícas diversas. El problema del dinero, advierten, la renacionalización de políticas que consumen la mayor parte del presupuesto, es otro cantar, algo que interesa a todo el mundo.

De nada sirve una organización teoricamente federal que no disponga de presupuesto, afirman los críticos de Alemania. Ya es bastante rídiculo proponer una UE federada cuando su presupuesto sólo puede ser del 1,27% del PIB de los Estados miembros, para encima dejar que ese 1,27% lo gestione y maneje directamente un sólo país, con el pretexto de que hay que hacer un nuevo catálogo de competencias. Una cosa es aceptar que la PAC tiene que ser revisada y que los nuevos socios del Este tienen que acceder rápidamente a los fondos de solidaridad, y otra, permitir que se olviden los mecanismos comunitarios y se renacionalicen políticas de gasto.

El plan de Schröder, que puede ser considerado como una propuesta alemana, porque cuentan también con el apoyo de la democracia cristiana, en la oposición, está, pues, siendo examinado en todo Europa desde una doble perspectiva: cómo afecta al presupuesto y control del dinero de la UE y cómo influye en el poder de Berlin dentro de las actuales estructuras comunitarias. Alemania, gracias a que aporta un gran porcentaje de la población de la UE, dispone ya de una extraordinaria influencia en el Consejo de Ministros y en el Parlamento Europeo.

La respuesta de Jospin a Schröder llegó con algo de retraso, cuando los políticos y los periódicos alemanes ya empezaban a inquietarse, y dejó claro que su modelo de Europa rechaza el federalismo y recoje la fuerte tradición nacionalista de su país.Como ya hizo en los años 50, Francia bloqueará la construcción de una auténtica federación europea. Pero al mismo tiempo, estará dispuesta a impulsar políticas comunitarias avanzadas en lo relacionado con la economía y los capítulos sociales, algo que suscita la simpatía de países más pequeños, como los nórdicos. Europa, afirma Jospin, va a adquirir con la ampliación tamaño y recursos como para convertirse en un polo de atracción dentro de la globalización. Y debe hacerlo con un modelo propio, que equilibre la actual 'hegemonía dominante' y se distinga del estadounidense.

La propuesta francesa, criticó la revista The Economist, tiene 'trampa', porque en la práctica es más integracionista que la alemana. De hecho, las propuestas del tercero de discordia, el presidente de la Comisión, Romano Prodi, se acercan más a las ideas de París que a las de Berlín. El sueco Göran Persson, lo explicó también con claridad: 'Me parece atrayente la idea de rechazar una Europa federal, pero proponer un gobierno económico europeo. No creo que la unión monetaria pueda funcionar sin coordinar las políticas económicas y sin disponer de fondos especiales para hacer frente a crisis imprevistas'. Y el primer ministro belga, Guy Verhofstadt, que deberá presentar un documento sobre el tema en la cumbre de diciembre, remachó el clavo: 'No hay que enfrentar los modelos, pero debo decir que me interesa la idea de un gobierno económico y una Constitución que recoja los derechos básicos'.

Aznar y su consejo asesor

El silencio del presidente del Gobierno, José María Aznar, en este debate resulta sorprendente, sobre todo porque España reivindica un trato de país grande y esa condición exige participar en las grandes discusiones. Es cierto que Aznar atraviesa un momento de debilidad en la UE, como consecuencia del fiasco en el tema del acceso español a los fondos estructurales. Pero aún así, España tiene que pronunciarse antes de ocupar la presidencia de turno de la UE, el 1 de enero próximo. Interesa especialmente su posición respecto al gobierno económico europeo (las principales intervenciones de Aznar hasta ahora han sido propuestas para liberalizar la economía) y sobre el catálogo alemán de competencias. En este capítulo, sólo se sabe lo que dijo en septiembre pasado en una conferencia: 'No debería servir de pretexto para repatriar competencias de la UE hacia los estados miembros, para que estos últimos, o sus regiones, las ejerzan sin control'. Es posible que Aznar aproveche algún curso de verano para pronunciar un discurso europeo. En cualquier caso, se supone que podrá contar con el asesoramiento del recién nombrado Consejo para el Debate sobre el Futuro de la UE, que está integrado por once relevantes personalidades, entre ellas Álvaro Rodríguez Bereijo, Luis Ángel Rojo, Miquel Roca, Gloria Begué, Tomás de la Cuadra. Antonio Gutierrez, Alberto Oliart e Iñigo Méndez de Vigo.

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