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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ravel y el Bolero

Terminó el ciclo Ravel con dos de las obras más estremecedoras del compositor: el Concierto para la mano izquierda y el Bolero. Tienen ambas una dimensión trágica que las une estrechamente, y no sólo por esos infernales, obsesivos y engullidores efectos de la caja. Efectos que se apuntan ya en el Concierto y se apuntalan definitivamente en el Bolero. El resto del programa, ante la atmósfera de esas partituras, quedó limitado -bendita limitación, según como se mire- al ámbito de lo bello, lo delicado y lo exótico: la Alborada del gracioso y las canciones de Don Quichotte à Dulcinée (lo español), la Pavana para una infanta difunta (los universos periclitados), y las Mélodies hébraïques (lo antiguo en el tiempo y lejano en el lugar). Frente a todo ello, el Bolero (por más que se presente como ritmo casi tribal) y el Concierto para la mano izquierda, son obras rabiosamente modernas, no tanto por las audacias armónicas o constructivas como por la profundidad en el reflejo de ese siglo XX apenas comenzado. El Concierto no surge únicamente para el lucimiento de un pianista manco (Paul Wittgenstein), sino que suena como un grito de rabia ante todos los tullidos de la Primera Guerra Mundial. Y el Bolero, lejos de limitarse a un divertimento en torno al arte de orquestar, traduce la evolución y el cataclismo final de las obsesiones concéntricas. José Luis Téllez, en el programa de mano, hablaba de un rascacielos dinamitado a la altura de su décimonovena planta. Vigorosa imagen que, quizás, podría complementarse con la de un remolino que todo lo absorbe y destruye.

Maazel leyó el Concierto con esa mirada demoledora. Le ayudaron -y mucho- tanto la maravillosa orquesta de la Radiodifusión Bávara como el joven pianista Jean-Ives Thibaudet. Pero ante el Concierto todo el mundo tuvo que tragarse la amargura que corresponde. En el Bolero, sin embargo, mucho más angustioso que erótico pese a todo lo que se haya filmado, Maazel optó por dar una visión festiva. Tanto es así que la salvaje modulación final, de tan preparada, no causó el efecto deseado. Quizás no le apetecía correr riesgos después del Bolero desastroso que hizo en Madrid con la Filarmónica de Viena, y optó por tocarlo, simplemente, bien. Lo cual no es poco.

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