El desaire
Tiene bemoles que a un ex presidente de la Generalitat Valenciana, junto al secretario general y dos ejecutivos del PSPV, se les excluya de un acto social, como fue la cena ofrecida y organizada por el Valencia CF en un hotel de Milán una vez concluido el partido de San Siro. Se comprende que la grey socialista se sienta mortificada, como ha de sentirse asimismo todo ciudadano respetuoso -y no digamos entusiasta- con las instituciones autonómicas y las fuerzas políticas que las nutren. El desaire, pues, alcanza una dimensión que trasciende el despiste o la negligencia de los responsables por cuanto que evidencia notorias lagunas democráticas y, en todo caso, una pasmosa falta de reflejos tanto cívicos como protocolarios.
Al hilo de las informaciones publicadas y por nosotros contrastadas parece claro que los aludidos expedicionarios no tenían previsto, porque tampoco fueron oportunamente convocados, asistir al aludido ágape. No puede sorprendernos siendo así que ni el club ni la Generalitat, al menos en lo que al ex presidente concierne, tuvieron la deferencia de proponerles y proporcionarles en tiempo y forma las localidades para el estadio Giuseppe Meazza acordes con el relieve político de los personajes. Hubo de ser un consejero de la entidad deportiva e in extremis quien enmendase esta desconsideración. El club está muy verde en este género de cortesías. En consecuencia, con menos fundamento habrían de confiar en que se les incluyera en la relación de comensales.
Pero lo cierto es que alguien, sobrado de buena fe, improvisó la invitación persuadido de que, entre 360 cubiertos, no habría inconveniente en añadir cuatro más para los referidos y cualificados representantes del primer partido de la oposición que acuden a la cita. En este punto comienza el desaguisado que deja con las posaderas al aire a los altos dirigentes de la entidad deportiva, en tanto que todos o casi todos ellos eran conscientes del trance que acontecía. Les fallaron los reflejos, les sobró desidia o, ciertamente, revelaron que carecen de la sensibilidad idónea para gestionar la dimensión social de este club. Y no les exime el alegato del consejero delegado, Manuel Llorente, cuando arguye que no se cursó invitación a ningún político. Pues muy mal. Pero el agravio mayúsculo y sin atenuantes es el que se infringió a quienes estaban allí, a pie de comedor.
Para acabarlo de arreglar, por ira, malicia o frivolidad, le endosan el muerto al entorno del presidente Eduardo Zaplana, del que una fuente anónima asegura que vetó la asistencia de los socialistas. Ese dislate no se lo cree ni el peor enemigo del PP. ¿Qué habría de ganar con ello el molt honorable, habida cuenta del descrédito que le reportaría esta arbitrariedad gratuita una vez conocida, lo que es inevitable? Y en punto a su entorno, ¿quién es el guapo o guapa que se aventura a pechar con esta decisión?
La única verdad lacerante es que el club no supo estar a la altura del protocolo que le es exigible y que cometió un grave error con visos de ofensa para cuantos votan unas determinadas siglas. Todo un gol por la escuadra de las relaciones públicas merengues que el principal mandatario valencianista, Pedro Cortés, debiera desactivar ofreciendo las debidas explicaciones y cortando así de raíz las fantasías y bulos maliciosos que quizá ha decantado la pesadumbre en tan sombrías horas.
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