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Columna
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Desordenados

La imaginación es una adolescente compulsiva que sueña en las tardes de frío y en los ascensores de los rascacielos con un mundo al revés. José Agustín Goytisolo, que era el poeta de los sentimientos dorados por la música y de la fragilidad irónica de la infinita adolescencia, hablaba en sus canciones de piratas honrados, brujas hermosas y príncipes malos. Eso imaginaba José Agustín cuando se decidía a condensar las humildes esperanzas de la posguerra en unos versos de seis sílabas, como se guarda el mar en una copa de vino o en una cubitera. Pero la Historia es un cuerpo viejo con mil operaciones estéticas y suele gastar un sentido del humor demasiado sucio, que mancha con sus dedos impuros la piel de los adolescentes, volviendo del revés el mundo trastornado de la imaginación. Puestos a desordenar, ya que no a desalambrar, la Historia imagina una sociedad en la que el sistema sanitario resulta más despiadado que las enfermedades, la justicia más sospechosa que los delincuentes y los escolares más peligrosos que los jóvenes callejeros. Pongamos que hablo de los Estados Unidos.

Hace unos años, después de una conferencia poesía y otras imaginaciones, el Consulado español en Miami me invitó a una fiesta en la que se homenajeaba a un empresario caritativo, muy generoso con España. Era el protagonista de un cuento de horror con final feliz. Una lancha motora había surcado el mar azul y el cuerpo de una turista valenciana, dejándola tan maltrecha que los médicos del hospital a la que fue conducida por sus padres valoraron los primeros auxilios en tres millones de pesetas. Como la tarjeta de la Seguridad Social no tiene crédito en Miami, el cónsul le pidió a un millonario amigo que adelantara el dinero que después iba a pagar el sufrido sistema sanitario español. La muchacha hubiera entregado su alma a Dios o al Diablo si no llega a contar con los buenos sentimientos de aquel negociante, que lucía la medalla española con la rotundidad de una camisa caribeña o de un puro habano. El champán de aquella fiesta me supo a desgracia infinita, como la sonrisa de los niños que cuentan en un vídeo con olor a testamento su decisión de descargar un rifle contra los compañeros. Algunos hospitales son más crueles que la enfermedad, algunos escolares son más peligrosos que las navajas de los suburbios y la barbarie.

Los padres de Joaquín José Martínez, el español condenado a muerte en Estados Unidos, recibieron en Granada la noticia de que un juez de Florida había desestimado por fin las dos pruebas principales en la acusación contra su hijo. Todavía tiembla en las fotos el orgullo de este matrimonio coraje, que intenta escapar del horror con limosnas colectivas y abogados caros. El dinero marca la frontera entre la culpabilidad y la inocencia. Da más miedo la justicia norteamericana que los delincuentes barriobajeros. Convertido en modelo neoliberal de vida, Estados Unidos no debe asustarnos por sus agresiones imperialistas, sino por su política interna. Las bases militares son menos aterradoras que sus jueces, sus colegios, sus hospitales, y todo ese mundo de egoísmo y desarticulación pública que los políticos europeos se empeñan en asumir como lección de futuro.

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