El desmelene
El ácrata García Calvo y los poetas 'underground' llevan la fiesta a los Set Dies de Poesia
Suerte que llegaron, porque esto ya empezaba a parecer un festival de poesía. De poesía de juegos florales, se entiende. De los Set Dies de Poesia a la Ciutat que empezaron el pasado viernes llevábamos tres con predominio de la silla, el susurro y la comunión mística. Y no es que sea mala, no, ni que el público se aburra, lo que pasa es que fuera de casa, sobre todo si no está bien dicha, pierde mucho. El lunes parecía ir por el mismo camino: abría la jornada la sesión Poetes joves, título que contiene a la vez su virtud y su condena. La primera, que eran jóvenes: savia nueva, promesas de algo por descubrir; la segunda, que eran jóvenes: apenas han tocado tarima, no han aprendido a recitar. Eso es lo que pasó con Martina Escoda, Andreu Gomila, Melcion Mateu y Sara Silvestre, un ramillete de veinteañeros (alguno ni eso) condecorados en el rimar, pero muy verdes en el decir. Mención aparte, eso sí, merece Josep Pedrals (también Núria Martínez Vernis, invitada de última hora), que aun siendo igualmente corto de edad ha desarrollado, a base de kilómetros, un porte de altura. Gracias a Pedrals, definido por el coordinador de Barcelona Poesia David Castillo como 'el Mozart de la poesía catalana', la cosa empezó a cambiar.
Con Josep Pedrals, definido como 'el Mozart de la poesía catalana', la cosa empezó a cambiar
Cambió todavía más en la siguiente sesión, las Razones y canciones, de Agustín García Calvo e Isabel Escudero. El viejo anarquista del verso y su particular Bella Dorita. Con un registro vocal impresionante, gracias al cual tan pronto atacan un romance medieval como una copla o una canción de aire gitano, García Calvo y Escudero hurgan en el riquísimo saco de la tradición castellana, ya sea a la busca de inspiración o de recreación, y así consiguen que el venerable y recién remozado claustro de la Casa de Convalescència se convierta por un par de horas en una plaza manchega atestada de lazarillos e hidalgos de jocosa inspiración. Aunque quizá como deferencia al Institut d'Estudis Catalans, esta reencarnación de Goya que es García Calvo cedió su voz gravísima al Romance del buen ladrón, que narra las andanzas del bandolero Bac de Roda, natural de Osona. El festín concluyó un poco más acá en el tiempo, con ella canturreando breves historias de estar por casa (el homenaje a la silla, la canción del bobo...) y él autocastigándose a base de soliloquios a veces tiernos, a veces tronchantes. Sin ninguna duda, los aplausos más fervorosos de la semana.
Finalmente, la guinda a la fiesta (superada la solemnidad de los Juegos Florales, en el rígido escenario del Saló de Cent del Ayuntamiento) la puso el martes el homenaje que los llamados poetas fonéticos dedicaron a su colega Jordi Pope. Compañero de aventuras durante años de Enric Casasses, Pope lleva tiempo en silla de ruedas aquejado de una enfermedad degenerativa, pero aun así ha publicado recientemente uno de los poemarios más rompedores de la lírica reciente (Escrits, Empúries / 62).
Encabezados por el veterano Jesús Lizano, el desfile de poetas alternativos, marginales y melenudos en general fue tal que si en aquel momento el bar Almirall se hubiera hundido, la poesía catalana se habría convertido de golpe en poesía de superficie. Como es habitual, diversos espontáneos se animaron a vocear al micrófono, animados por un David Castillo desdoblado en vendedor de libros. Dos horas más tarde, la fiesta se trasladó al cercano Rita Blue, donde Vicenç Altaió había convocado otro homenaje merecido, en este caso a Joan Vinyoli.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.