'Viajé para escapar de la represión y de la falta de libertad de mi país'
'Hice el viaje para escapar de la represión y la falta de libertad que hay en mi país'. Lo dice Nasra Lahmisi de forma firme, una anciana de unos 86 años que ha llegado al CETI ( Centro Temporal de Inmigrantes) de Melilla acompañada de su hija. En su rostro, el tiempo ha dejado su huella en forma de manchas que marcan su vejez. Se cubre su pelo blanco con un pañuelo, como la mayoría de las mujeres musulmanas, y gesticula con sus manos firmes y vivas como si con ello quisiera terminar las frases que le cuesta trabajo acabar.
Está tumbada en la cama de su pulcra habitación del CETI, compartida con otras mujeres. Tiene un escaso metro sesenta de estatura, se queja de sus dolores de espalda y la mirada se le escapa hacia todos lados. 'La vista la tiene mal, pero no así el oído', comenta la hija.
Entre suspiros, pausas para descansar y sonrisas, Nasra le va contando su experiencia al intérprete de árabe. 'Hicimos el viaje desde el Norte de Irak, hasta que coincidimos con un grupo [probablemente kurdos], que nos pasaron hasta Turquía y desde allí fuimos en barco hasta las costas de Melilla. Pero yo no sé nada. Quien sabe todo es mi hija', dice. Su hija es Kifah Chati, de unos 41 años, que vivía con ella en Irak y quien dispuso todo para que su madre pudiera acompañarla en busca de una vida mejor. No quieren explicar quiénes fueron sus contactos, ni dónde, ni qué pasó después de lo del barco de Turquía cuando al parecer las dejaron en un bote para que llegasen hasta la costa. Están aleccionadas por las mafias en todo lo referente a lo que deben decir. Habrán pagado sus 3.000 dólares (unas 570.000 pesetas) por cabeza, como todos los que llegan desde Irak. Es el precio para alcanzar la tierra prometida en un país del que saben que será muy difícil que se las expulse.
Su hija ha trabajado en muchos oficios, de costurera, en un estudio fotográfico, ayudante de un oftalmólogo y de un dentista. Era quien llevaba el dinero a casa, 'pero el dinero no nos llegaba para comer', asegura la hija. No echa de menos nada de su país ni de su vida anterior, nos dice Nasra. 'No quiero saber nada de lo que he vivido, ni de lo que he pasado. Sabía que mi destino era salir de Irak y que Dios me ayudaría a conseguirlo y ayudaría a mi hija para que me pudiera llevar'.
Nasra tiene dos hijos más, uno en Alemania y otro en Austria. No sabe nada de ellos desde hace 20 años. Aunque el cambio de vida ha sido grande dice: 'Me siento incómoda aquí. Quiero marcharme a la Península, quiero que mi hija tenga un trabajo y lo que más deseo es mi estabilidad emocional, saber que cuando tenga que morir, lo haré con una vida tranquila'. Nasra Lahmisi pide sin perder la sonrisa: 'Que en el sitio al que me vayan a llevar, en la residencia, me dejen pelar patatas y cocinar'.
Llegó al CETI el pasado 13 de abril con una documentación aparentemente falsa facilitada por los organizadores del viaje. En su documentación figura como fecha de nacimiento el 1 de enero de 1929, lo que no coincide ni con su aspecto ni con la edad que ella recuerda tener. Vive en este centro con 433 personas más de distintas nacionalidades: argelinos, iraquíes, nigerianos, liberianos y cameruneses. 'Después de todo el viaje, y a pesar de estar muy cuidada aquí, la encuentro con más dolores y tos y con menos fuerzas. Por eso quiero que nos trasladen ya, para que pueda sentirse feliz de estar definitivamente en un lugar que pueda considerar su hogar', dice su hija.
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