Dos solos
La idea inicial de A jirones, de Rosa Muñoz, es una especie de renuncia irónica al orientalismo como meta para atenerse a los estímulos que se tiene más a mano, y así empieza por fingir que baila una cosa japonesa, con biombos incluidos, anunciando algo parecido a que el Japón que suponemos apenas si existe a estas alturas más allá de nuestra menesterosa imaginación. Esa intervención inicial no renuncia a las japonoserías, pero en el bien entendido que Rosa Muñoz las desprovee de sus resonancias más o menos exóticas para una mirada europea a fin de ir quedándose con el significado del gesto insignificante. En esa gradación hay momentos de cierto interés irónico, que algo tiene que ver con la limpieza de gesto, y así las cosas no sorprende que a continuación se atreva a bailar ese pastiche impagable de Raphael que se llama, nada menos, Su nombre es Jesús, donde una mística de repostería se carcajea de cierto repertorio de emociones ajenas. El riesgo en el que incurre esta coreógrafa es que la renuncia, incluso la ironía, ante lo estrafalario no siempre despejan su inclusión en esa misma categoría.
Cosa distinta, por su severidad, es la Salomé de Lipi Hernández, donde el relato mítico de la bailarina de propensión incestuosa que exige en su despecho la cabeza del Bautista está resuelto a medio camino entre el ritual y una parafernalia narrativa que a veces sobreactúa en el territorio de sus numerosas explicitaciones, quién sabe si porque la creadora desconfía del grado de conocimiento del espectador de danza sobre el relato de referencia, ya se trate del de Oscar Wilde o del bíblico propiamente dicho. El resultado es obsesivo y repetitivo, como tal vez conviene a la obsesión de la pobre Salomé, con un cierto recurso a la dimensión simbólica de algunos objetos escenográficos que no terminan de alcanzar su plena consistencia dramática. Es, en cualquier caso, un trabajo interesante.
Fragilidad de la experiencia
Por la noche, en el teatro Principal, se presentó Fine Romance, de Provisional Danza, sobre una idea coreografiada y dirigida por Carmen Werner, que es también la bailarina de marca de la compañía que dirige. Se trata de una especie de crónica de la lucha de la vida cotidiana, con músicas de Pergolesi y Häendel, entre otras partituras, que quiere resaltar la fragilidad de la experiencia humana.
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