Ablación II
He leído con interés el artículo del profesor Manuel Lloris titulado Ablación y relativismo (EL PAÍS, 11 de mayo de 2001). En él utiliza una de mis frases ('Hay que relativizarlo todo...') para disentir amablemente sobre mi opinión acerca de la mutilación que practican los inmigrantes subsaharianos con sus propias hijas. ¿Qué le puedo decir? Yo también mostraría el mismo desacuerdo si la frase que el señor Lloris ha extraído de mi columna (3 de mayo de 2001) la interpretara del modo en que él lo hace. Pero vayamos por partes. Jamás he transcendido las peculiaridades culturales a tesis de valor universal. No he puesto en ningún momento en duda la necesidad de atajar una práctica cruel y vejatoria, bien al contrario, creo haber colocado el dedo en la llaga del asunto con una reflexión necesaria: la de abordar cualquier problema (y la ablación lo es, y mucho) también desde el otro lado, esto es, tratando de comprenderlo en su justo contexto para poderlo juzgar sin que nuestros prejuicios, fanatismos o convencionalismos morales nos alejen de esa otra verdad que no queremos ver. Sólo así y una vez entendida la realidad de los otros, podremos valorar y decidir amparándonos en la ética de la razón o en esa ley natural que se alza por encima de costumbres étnicas, tradiciones y Derecho positivo. Ése es todo el relativismo. Lo que en su día defendí en mi columna (y así lo han entendido colectivos de inmigrantes, mujeres implicadas, profesor de instituto, universitarios y trabajadores de a pie), más allá de la condena fácil, fue la necesidad de facilitar la integración a estas mujeres africanas para que mejoren su situación social, cultural y laboral. ¿Se soluciona el despropósito encarcelando a las abuelas que practican este rito? ¿Habremos acabado con la ablación cuando expulsemos a todos los subsaharianos que la ejecutan clandestinamente? Lamento el malentendido y siento, no sabe cómo, señor Lloris, que una frase mía le haya dado para tanto. Son los riesgos del directo y de la brevedad a que obliga una columna como ésta. Además, estoy con usted y con Margaret Mead en que la gente bien comida y mejor educada acabará descubriendo que la ablación no es relativa, sino sencillamente absurda.
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