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Columna
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El Vaquilla

El Lute fue el preso común rebelde del tardofranquismo y El Vaquilla lo fue de la transición, pero así como El Lute dio una lección de cómo un rebelde con causa puede reinsertarse como ciudadano más o menos melancólico, El Vaquilla entró por primera vez en una cárcel de adultos a los 13 años y casi definitivamente a los 16 para cumplir una condena de cuatro que se han convertido en 20 por una lógica multiplicadora que sólo puede entenderse si se lee Yo el Vaquilla. Estamos ante un libro excepcional porque documenta sobre el sistema carcelario de la democracia y sobre cómo se gesta un delincuente común, por causas perfectamente ademocráticas o antidemocráticas o subdemocráticas.

Si antes de la democracia, cualquiera que hubiera vivido una experiencia carcelaria comprobaba que el corto viaje de un delincuente común empezaba en el desarraigo social, luego familiar, orfelinato, tribunal de menores, la Legión, la delincuencia y 10 años de cárcel por ser reincidente y haber robado con escalo y nocturnidad ocho kilos de caramelos, en plena democracia es posible comprobar que la evolución es la misma y que tal vez sólo falte el paso por la Legión y se sume como factor añadido la plaga neodeterminista: se nace chorizo o se nace presidente del Banco de Santander.

La cultura formó parte del bagaje de reinserción de El Lute y la cultura entró en la vida carcelaria de Moreno Cuenca, El Vaquilla, en un momento de depresión, entre dos intentos de fuga o entre dos motines para protestar por la dureza funcionarial sobre un preso drogadicto e incómodo y además personaje de películas y lucubraciones sociologistas. De esa culturalización procede un libro espléndidamente escrito, como testimonio de condiciones sociales y carcelarias, libro con los códigos muy bien puestos, obligatorio porque me consta por vía de su abogada y del periodista Huertas Clavería, preso político y compañero de cárcel de aquel niño de 13 años recluido en la Modelo, que está totalmente escrito, muy bien escrito, por un ya no tan joven rebelde que debería estar desintoxicándose en un hospital y no deprimido en una cárcel, con el procesador de textos secuestrado por ser capaz de escribir libros aterradores.

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