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Columna
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El bizqueo

Al bizqueo obliga la realidad con muchas caras. Uno de nuestros ejes visuales está estos días dirigido de forma permanente a Euskadi porque, claramente y sin rodeos, cuanto allí sucede y sucederá nos afecta a todos. El eje del otro ojo se queda en casa. El que se queda en casa, si usted es ciudadano de Castellón, se deslumbró ese otro jueves mirando las llamas altas y venenosas del butano que estalló en la capital de La Plana: alarma, corredor ferroviario del Mediterráneo bloqueado y las vergüenzas de nuestra clase política local al descubierto. Un accidente que no tuvo por qué suceder. Unos puntos negros en nuestras infraestructuras que no deberían de existir. Unos accesos seguros y eficaces al Puerto de Castellón que todavía están en fase de redacción de proyectos. Un Ministerio de Fomento que, debido al coste, descartaba hace unos años la prolongación del tunel de soterramiento de la vía, que hubiera eliminado el punto negro del accidente. No hay dinero según para qué, y tiembla el teclado en que se escribe cuando se piensa en el coste humano que hubiese podido tener el accidente si la confluencia de los astros no hubiese decidido lo menos malo. Y eso en La Plana de la más que aceptable renta per cápita, y La Plana del dinámico azulejo que visita el Principe de Gales.

Pero la visita del vecino del palacio de Saint James fue el viernes, y el eje visual que se queda en casa pasó de las llamas al boato publicitario, al espectáculo, a la moda, al escote de Sofía Loren y al toque hispano del atuendo de la nieta de Franco, al prestigio y al glamour, que no es más que la personificación del poder utilizando los medios de comunicación, preferentemente rosa. Vale. Al fin y al cabo, Castellón encuentra su ubicación en un mapa conocido por mucha gente, gracias al moderno y competitivo azulejo.

Aunque el azulejo castellonense es motor económico y también deterioro y agresión a la naturaleza. Un deterioro que se podría evitar como se pueden evitar los puntos negros de la red viaria.

El estrabismo a que nos fuerza la actualidad no entorpece la mirada reflexiva. A escasos kilómetros del lugar de los fastos que giraron en torno al Príncipe de Gales, entre Sant Joan de Moró y Vilafamés, en la ecológicamente inestimable umbría que vigilan los picos del Morral y del Mollet, orientadores de aves viajeras... ahí la extracción de arcilla está convirtiendo el paraje en una sucesión de cráteres que poco a poco devoran el Pinar de la Mestra y El Toll de l'Arborcer, el Barranc de les Parres y el Coll de les Saleres. Unos kilómetros cuadrados que guardan humedad y por donde corre libre todavía el jabalí. Un ejemplo claro de que aquí no se hace compatible la actividad económica con el respeto a la naturaleza. Nada se hace por rehacer el entorno cuando se acaba de extraer la preciada arcilla para el azulejo, y eso deberían hacerlo, y con inmediatez, las empresas que aprovechan el suelo valenciano. Falta una legislación moderna al respecto, y que se cumpla.

El bizqueo no nos permitió ver al Príncipe de Gales junto a los cráteres y la erosión que ocasionan, pero fue el Príncipe quien escribió hace unos años: 'El progreso industrial, tecnológico y social se ha realizado sin tener en cuenta las consecuencias a largo plazo del mismo'. Pues eso, y se puede evitar.

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