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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Los de entonces

Anda el periódico moderadamente alborotado entre celebraciones. Veinticinco años, bodas de plata con los lectores en fecunda poligamia, 8.746 números desde aquel 4 de mayo de 1976.

Este rincón del Defensor mira con cierta envidia al conjunto. Hasta noviembre no cumplirá 16 años. Fue en 1985 cuando Ismael López Muñoz lo puso en marcha. Luego nos dejó, pero sigue en la memoria de los de entonces, como una referencia imprescindible, de puertas adentro, para entender lo que fuimos. Se estrenaba en nuestro país esta figura, traída del periodismo anglosajón, y más exactamente del estadounidense, que es donde más abunda.

Luego vino el magisterio de Jesús de la Serna y la consolidación con Soledad Gallego-Díaz, José Miguel Larraya, Juan Arias y Francisco Gor.

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Nada menos que un periódico

Algún prócer del escepticismo militante ha dicho que esto no es más que una coartada del periódico hacia el exterior. No es ésa, precisamente, la opinión de los periodistas a los que se han ido acercando los sucesivos defensores para pedir explicaciones ante la exigencia de un lector o de ellos mismos.

En cualquier caso, desde muy pronto, fue una seña de identidad de EL PAÍS, y conviene recordarlo en medio de las conmemoraciones.

Pero un periódico tiene pocos huecos para la nostalgia y vive como un reto de futuro. Así que, al hilo del 25º aniversario, los lectores habrán notado algunos cambios que quieren sostener y renovar este empeño: color en la primera y la última página todos los días, sumarios en lugar de antetítulos en esa primera página y cambios de diseño y contenido en los suplementos. Hasta ahora han podido ver Babelia y El Viajero ayer, además del cuadernillo Domingo y Negocios de hoy.

Quizá un periódico debe seguir a rajatabla a Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual. Pero aquí sin un milímetro de cinismo: para que se mantengan las señas de identidad que lo ligan a sus lectores cada mañana y que deben mantenerse por encima de los cambios formales.

¿Qué ha hecho mal el periódico en estos 25 años? Muchas cosas, claro.

Hace 15 días, París acogió la asamblea anual de ombudsmen -de defensores- con 44 participantes de cuatro continentes; faltaba Oceanía y se asomaba por primera vez África.

Una encuesta entre los asistentes arrojó una sustancial coincidencia: las quejas más frecuentes llegan para denunciar errores de hecho -datos- y cuestiones de lenguaje, de mala escritura.

Es fácil concluir que ambas cuestiones inundan el torrente circulatorio de la profesión o, dicho con estilo un poco más estreñido, forman parte de las carencias estructurales de los periodistas en todo el mundo.

No puede servir de consuelo ni de excusa, pero quizá merezca la pena que se sepa.

Radiografía de las quejas

Como andamos de recuentos y de recordatorios valga hoy un resumen de las quejas que últimanente ha recibido el Defensor y que, en líneas generales, corroboran lo que acaba de decirse sobre las preocupaciones universales de los lectores.

Muchas de lenguaje, para acompañar al maestro Lázaro Carreter, que hoy nos estimula con su advertencia mensual.

Andrés Barceló lamenta que se escriba pedofilia y pedófilo, en vez de pederastia y pederasta.

Ángel González denuncia que se cuela de rondón la expresión 'jugar un papel', que atribuye a una mala traducción del inglés.

Antonio Manteca ha atrapado en poco tiempo dos 'agrede' en titulares de la edición de Andalucía y avisa de que el verbo agredir es defectivo y no tiene esa forma.

Arturo Posada se molesta porque en el suplemento Negocios se haya escrito en un titular 'traspiés', cuando lo correcto es sólo el singular.

Un titular que ya se criticó en la última columna, aunque por otro motivo: 'Los alumnos madrileños serán, con 181 días de clase, los más estudiosos....'. Pau Morata hace ver que estudioso es un adjetivo que denota propensión o inclinación y que para nada depende del número de días lectivos.

Roberto Santamaría concreta su rapapolvo en esta expresión: 'El presidente Aznar conseguiría el apoyo de Coalición Canaria' y avisa de que se trata del llamado 'condicional de rumor, que sí está en francés, pero no en español', donde sólo tendría sentido como primera parte de una proposición condicional.

Enrique C. Picotto persigue leísmos y en la información sobre las dos niñas condenadas por el asesinato de una compañera ha descubierto un 'también les condena' que debió ser 'también las condena'.

Ángela García Borreguero se incomoda porque alguien escribió 'una médico' y pregunta por qué no se escribió médica.

Mariano de la Banda amonesta al periódico porque escribió 'Francia evacúa...' y recuerda que hay que decir y escribir evacua, lo mismo que decimos averigua, y no averigúa, porque los verbos terminados en cuar y guar llevan diptongo en el infinitivo y lo mantienen durante toda su conjugación.

Hace ya semanas que otros lectores han hecho llegar su inquietud por el uso del verbo calcinar para decir que se ha abrasado o quemado un cuerpo humano. Calcinar vale sólo para minerales reducidos a cal viva.

Hay fundadas sospechas para temer que el uso incorrecto de calcinar se impondrá, pese a las advertencias.

Carlos Martín ha leído en la información sobre la visita del Papa a Atenas que visitará el 'Aerópago', cuando debió escribirse 'Areópago'.

Errores en el dato. También demasiados. Sirvan éstos como muestra:

Antonio Casero, que es un lector constante en la caza de gazapos, ha remitido estas últimas piezas: 'Ha sido multado con 100.000 dólares (1.800.000 pesetas)', cuando en realidad son, más o menos, según el cambio exacto del día, 18 millones de pesetas.

Se ha escrito que Ruanda tiene una población de 4.830.000 habitantes, frente a la realidad de unos 10 millones.

En las páginas de deportes se decía el pasado marzo que los futbolistas Nadal y Hierro 'suman 77 años', pero advierte Casero de que en el mismo periódico ha leído que Hierro tiene 33, por lo que habría que deducir que Nadal, el jugador del Mallorca, tiene 44.

El 11 de abril se publicó que la compañía aérea TWA tiene su sede en Saint Louis (Kansas), pero la realidad es que esta ciudad se encuentra en el Estado de Misuri.

El 1 de mayo se dijo que la novela de Alice Randall que ha querido ser remedo o nueva versión de Lo que el viento se llevó era The wind gone done, pero Brian Todd puntualiza que es The wind done gone.

Jonathan Bustos sigue empeñado desde hace tiempo en que los titulares que digan simplemente Generalitat aclaren si se refieren a la de Cataluña o a la de Valencia.

José Martín Villagrán se escandalizó, con razón, porque la muerte de una niña en Estados Unidos a manos de curanderos se titulase asegurando que había muerto 'asfixiada por los médicos', cuando en el texto sólo se hacía referencia a 'terapeutas' y el texto inglés original hablaba de terapeutas sin título académico.

También puede quedar constancia de la 'amargura' que suscitó en Luis Puig y en otros lectores la refriega entre Haro Tecglen -al que critican- y Fernando Savater.

Y, para acabar el florilegio,las opiniones encontradas que de vez en cuando manifiestan algunos lectores: unos piensan que el periódico es muy proisraelí a la hora de informar sobre el conflicto con los palestinos y otros -menos- que se inclina excesivamente por las posturas de Arafat.

Este resumen, que se ha intentado amplio, puede ofrecer una idea bastante aproximada del tipo de las preocupaciones más numerosas y de las más recientes de los lectores.

Están, además, asuntos concretos sobre determinadas informaciones, pero, al hilo del 25º aniversario, parecía oportuno ofrecer un intento de radiografía de las preocupaciones más constantes.

Veinticinco años después de ver nacer al periódico es difícil, hoy precisamente, dejar de dar vueltas en torno a la efemérides. Quizás lo mejor sea pedirle un préstamo a Neruda: 'Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos...'. Tampoco el periódico ni los lectores, pero conviene reafirmarse en los objetivos del primer día: la independencia y el intento de rigor al servicio de quienes decidan seguir leyendo estas páginas. Con un ruego: no abandonen las advertencias ni las quejas. Servirán, y mucho, para llegar al cincuentenario.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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