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Columna
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La muñeca de Ginobili

La defensa es un arte. No cabe duda de que el baloncesto nace en la defensa, esa técnica que reune actitud, fortaleza mental y fundamentos deportivos. El problema es cuando las defensas, en un partido, se equilibran, se espesan, se endurecen y se practican con la intensidad que lo hacen dos equipos como el Tau y el Kinder, especialmente en una final europea. Entonces el partido se asemeja a una algarabía donde no hay tiempo para pensar, se juega sin uno contra uno, porque el tránsito se hace imposible.Y surge el ataque, el arte de la muñeca, el desatascador del tráfico, el anotador atrevido. Por ejemplo, el italoargentino Ginobili, un muchacho de 24 años que ya fue elegido en el draft por los Spurs de San Antonio y que se distingue más que por la cantidad de puntos, por la calidad de sus anotaciones. Ginobili fue criado en el Estudiantes de Bahía Blanca y cultivado en el baloncesto italiano. Cuando su equipo se ofusca, cuando los ídolos fracasan (caso del esperado Griffith o del intermitente Rigaudeau), surge Ginobili para anotar desde fuera o romper al rival con sus penetraciones. Salvo en el primer partido de la serie, el Tau no ha podido parar a Ginobili. Entonces lo consiguió Foirest. Luego, nadie.

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Al Tau sólo le vale el milagro

Decía Ivanovic que su equipo tiene alma. Pero lo que no cuenta es con recursos suficientes. El alma define los equipos, pero no gana los partidos. Los recursos resultan más eficientes. Jugar cinco partidos con un solo base permite ejercicios líricos, pero no oscurece la cruda realidad: que los jugadores tienen un límite, por más que apele Ivanovic a la estrategia del cansancio mental, por encima del físico, para esconder literariamente la carencia de efectivos.

El Tau no puede prescindir de Bennet y el Kinder sí puede dar descanso a Ginobili. He ahí la diferencia entre un equipo humilde y otro sobrado, cuando de recursos se trata. Al Tau se le acabaron las ideas y le queda la esperanza de que la serie de Vitoria repita el esquema de Bolonia: el casero abre las puertas de su casa y luego se enfada en el segundo partido. Así ocurrió en Bolonia y sucedió ayer en Vitoria. Pero el golpe moral fue más fuerte.

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