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LA CRÓNICA
Columna
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Los enanitos

Cautivos e indefensos en jardines de toda Europa, la mayoría de los enanitos de jardín proceden de La Bisbal

No se habla de otra cosa en la prensa que del Tuinkabouter Bevrijdings Front o Frente de Liberación del Gnomo de Jardín, que lucha por los derechos de los populares enanitos. El cerebro de esta organización clandestina con tentáculos en toda Europa es un holandés que, bajo el alias de Jozef K. Bouter, anima a las personas decentes a liberar a tan entrañables criaturas y devolverlas al bosque, su medio natural. Es lógico y justo que el frente surgiese en Holanda, pues los ciudadanos de ese país son, más aún que los franceses, belgas e ingleses, contumaces carceleros de gnomos. Recuerdo al lector sensible, al simpatizante de las causas nobles, la única condición para adherirse al frente: hay que liberar un enanito, fotografiar la acción y colgar la foto y los datos del hecho en Internet.

Aunque algunos militantes explican con pelos y señales, con croquis detallados, cómo, dónde y cuándo liberaron a un gnomo, no todo el mundo tiene sangre fría para cometer el delito de robo con los agravantes de allanamiento de morada y premeditación, y por eso Internet es un clamor de timoratos que denuncian casos sin atreverse a actuar en consecuencia. Lamentos impacientes, como el de este francés: '¿Cuándo van a liberar de una vez al enanito que Bruno Megret tiene actualmente secuestrado en Vitrolles?'; desgarradas voces de alarma, como la de este holandés: 'Otra situación muy grave en NL-Houten. En el carril bici Weerwolfspad, cerca del departamento de Gemeente Houten, hay muchos gnomos que pertenecen a la naturaleza! ¡Deben ser liberados! ¡Envíenme sus sugerencias!'. Y en efecto, en la foto se ve a media docena de enanitos en condiciones penosas, en un triste balcón.

Como Pemán, 'quiero hacer bien en mi vida/ para sentir en mi pecho/ esa dulzura escondida/ que engendra la indefinida/ satisfacción del bien hecho', y ayer interpelé a un vecino de Breda al que se le ha ocurrido rematar las columnas que cierran la verja de su jardín con sendos enanitos.

-¿Por qué los tiene ahí?-, le pregunté.

-Hombre... pues porque me gustan.

-¿Y a ellos? ¿Cree que a ellos también les gusta?

Dio media vuelta y se encerró en su casa. Primer aviso.

¿Y usted, poltrón, a qué espera? ¿No le ha enseñado Rosa Montero a ser solidario? ¿Tendré que explicar, para motivarle, que muchos enanitos cautivos en toda Europa son oriundos de España, concretamente de Cataluña... y, por decirlo de una vez, que la inmensa mayoría de ellos proceden de La Bisbal? Sus factorías de cerámica los distribuyen por los garden center de las afueras de Barcelona; Breda, Sant Celoni y otras localidades de las faldas del Montseny; L'Escala, Empúries y demás pueblos del Empordà (cuyos munícipes, cerrando los ojos a este tráfico, no se cubren de gloria precisamente).

En este mercadeo, los europeos con divisas fuertes que pasan entre nosotros las vacaciones se llevan la palma, compran a precio de saldo -¡la globalización!- su enanito.

Los de piedra artificial hechos a base de cemento tienen tez y ropa gris, miden unos sesenta centímetros de altura, pesan 13 kilos y salen por 1.300 pesetas. Es como tener peces, que si se mueren da igual, porque son baratos. Los de cerámica, más menudos y livianos, presentan vivos colores en el rostro, las manos y la ropa, y salen por 4.000; es una raza de interior, seguro que les gusta dormir abrigaditos, pero 'si les das una mano de barniz aguantan muy bien a la intemperie', según me informa un comerciante cuyo sentido de la piedad declino calificar, pues es demasiado fácil culpar a los forasteros y a los comerciantes: todos somos culpables. Un poco de historia nos ayudará a ver cómo hemos llegado a esta situación.

La influencia provenzal (Francia) aún se deja notar en nuestros paisajes y masías, pero el auge de las ciudades determinó la decadencia de la masía y su idealización en el sueño de la casita con huertecito; sueño al que hoy sustituye y encarna la casa o el chalet adosado con su jardín de césped. Y donde hay un jardín, no lo duden, hay un enanito cautivo, bajo una planta, con su farolillo en alto; presencia misteriosa que hechiza a los niños y les traumatiza; éstos luego crecen y se convierten en adultos malhumorados, victimistas, que añoran el jardín infantil y sus misterios. Lo dice la célebre frase final de El gran Gatsby: 'Y así vamos, como barcas a la deriva, remando incesantemente hacia el pasado'. O sea: hacia el jardín con enanito.

Me comprometo a rescatar a esos dos cautivos de Breda y devolverlos al bosque, para que se reúnan con sus semejantes.

Aficionados al motocross, buscadores de níscalos, excursionistas: ¡respetadlos!

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