Luciano Pavarotti
El tenor de Módena celebra hoy con un concierto especial sus cuarenta años de carrera en su ciudad natal, mientras sopesa si cumple su promesa de retirarse en el año 2001
Nunca pensó que llegaría tan lejos. Y eso que Luciano Pavarotti cuenta con el ejemplo de su padre, un tenor aficionado que, a los 85 años, todos los días ejercitaba la voz en casa con un piano, como quien recorre kilómetros sobre el vacío con una bicicleta estática. Ahora, Lucianone, el orgullo de Módena, el heredero de la estirpe de los últimos grandes divos de su país, cumple 40 años encima de los escenarios. Y puede que se plante; así, sin más.
Poco queda de aquella facha atlética que caracterizaba al joven Luciano y que destapó en el teatro Reggio Emilia cantando La bohème en 1961. No es que se desviviera por la ópera, un género que fascinaba a su íntima amiga de infancia y también emorme y carismática soprano, Mirella Freni, con la que compartió una ama de cría que les alimentó con una leche bendita y les dejó las cuerdas vocales rodeadas de calcio divino. Ella era capaz de pasarse cinco horas de pie en la cola del teatro de Módena para conseguir una entrada, algo que Pavarotti nunca hizo así le llevaran los demonios. Si le llevaba su padre de la mano al teatro, escuchaba atento y de buen grado, pero salir de él, no salía. Prefería gastar las horas sobre los patios jugando al fútbol o al balonmano, dos pasiones que todavía conserva. Nunca dice que no a las conmemoraciones de los equipos de fútbol. De hecho, hasta cantó el himno del Athletic de Bilbao en San Mamés cuando se cumplió hace tres años el centenario del club.
Pero está claro que Luciano no pudo escapar nunca del poder de su caja torácica. Cuentan que una vez, en una revisión, tuvieron que mandarle a un centro veterinario para estudiar sus pulmones porque los aparatos de los simples humanos mortales de un hospital no daban para tanto. Así que está claro que los cantantes como él nacen de alguna manera predestinados. Para buzos o para los escenarios.
Aquel debú como bohemio fue tan sonado que enseguida le llovieron las ofertas. Pronto tuvo audiciones con algunos grandes maestros y enseguida recaló en La Scala de Milán. Empezó a amar su mundo y quiso seguir la estela de Enrico Caruso, Mario del Monaco, Franco Corelli o Giuseppe di Stefano, su héroe favorito, que llegó al olimpo fumándose unos puros de padre y muy señor mío. Enseguida, Pavarotti enfoca su carrera hacia el belcantismo y se hace fuerte en Bellini y Donizetti formando dúo con Joan Sutherland, 'la más grande', ha dicho él en alguna ocasión, pasando por encima de María Callas o de su amada Mirella.
Aquel ritmo de giras por Japón, a las órdenes de Richard Bonynge, marido de la Sutherland, sólo podían resistirlo sus pulmones de dinosaurio. El trío era capaz de representar hasta tres óperas diferentes en una semana. Sin remilgos y de oído, según trascendió hace poco, cuando el mundo se enteró de que Luciano no sabía leer partituras, algo que él mismo, ante el revuelo montado por el descubrimiento, desmintió tímidamente: 'Aquello fue una broma', ha dicho más tarde.
Fue una noticia que trascendió en las horas más bajas de la carrera de Pavarotti. Los últimos siete años del tenor, que cuenta ahora con 66, han sido de lo más movidos. Sus horas más bajas. Cuando se paseaba ya entre ciudad y ciudad con su jet privado y su corte de chóferes, pilotos, secretarios y chefs, a los que tiene mucho tiempo ocupados en las cocinas que ordena instalar en todos los hoteles que pisa para que le preparen su pasta fresca y sus ensaladitas con vinagre de Módena, le sorprendió el miedo al abismo. Los gallos traicioneros y las bajadas de tono en arias que él durante su carrera había convertido en banderas, le procuraban sonoros pateos, como le pasó cantando La bohème y Don Carlo, por ejemplo. Además, el fisco alemán e italiano le perseguían sin piedad exigiéndole miles de millones de pesetas que había dejado de declarar a las respectivas haciendas, algo que ni estableciendo su residencia fiscal en Mónaco desde 1983 ha podido evitar.
Entre tanta desgracia, se refugió en otra de sus aficiones enfermizas, los caballos, y entre carrera y carrera, cayó prendado de los encantos de su secretaria, Nicoletta Montovani, cuando ella tenía 26 años. Dicen que la sedujo jugando a las cartas, algo que ha perfeccionado en las timbas que se organizan en los escenarios de Nueva York entre acto y acto de las óperas que canta y en las que ha llegado a dejarse los ojos. Las 35 primaveras que les separan no parecían impedimento para su historia de amor fou. Nicolleta le hizo olvidarse de su esposa de toda la vida, Ardua Veroni, con quien tuvo tres hijas, Lorenza, Cristina y Giuliana, que se quedaron con el palacio de Módena que tanto gustaba al tenor, quien se refugiaba allí cada vez que podía a disfrutar de las frutas frescas de su pueblo y a pintar, otra de sus aficiones.
También, a medida que perdía el respeto de los círculos minoritarios operísticos, se ganaba el cariño del gran público planetario gracias a sus juergas con los Tres Tenores. Tanto José Carreras como Plácido Domingo tenían previsto acompañarle en su homenaje en Módena, pero al último van a tener que excusarle, porque ha decidido recuperarse en un hospital de Nueva York de una dolencia. También las estrellas del rock, tipo Bono, el líder de U2, o Elton John, han aguantado sus flaquezas mejor que algunos de los banquillos de los escenarios que ha roto debido a su exceso de peso en alguna ocasión.
Quién sabe, a lo mejor el gran tenor de Módena da la sorpresa al mundo de su retirada este mismo año, tal y como adelantó hace cinco años al diario romano Il Messaggero. 'Me retiraré en el año 2001, entonces cumpliré cuarenta años de carrera y eso no es ninguna broma', dijo entonces. Echaremos en falta su pañuelo blanco en la mano. Y algunas cosas más, desde luego.
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