Armstrong quiere asustar
El norteamericano se exhibe, aunque no gana, en la última gran clásica antes del Tour
Hace un par de meses, en su casa de Tejas, Lance Armstrong le dijo confidencialmente a un amigo: 'Este año estoy más fuerte que nunca. Voy a arrasar en el Tour'. El amigo, que entiende de ciclismo y de historia, y es una buena persona, le advirtió: 'Cuidado, cuidado, recuerda al Induráin del 96, más fuerte que nunca antes del Tour, cómo ganó la Dauphiné y cómo se hundió ante Riis'. Armstrong se encogió de hombros, cogió un avión y desembarcó en Europa dispuesto a correr y asombrar. Un hombre con un plan y una imagen de fortaleza: lo contrario que sus rivales de los últimos años, y supuestos adversarios éste, el Ullrich gordinflón que se arrastra, el Pantani rodeado de polémicas y declaraciones y abandonos.
Después de un invierno dedicado a entrenamientos extensivos, muchos kilómetros a bajo régimen para aprender a sacar energías de las grasas, Armstrong comenzó a subir el ritmo de sus sesiones y a competir. Se aventuró en la hipoxia con estancias en el Teide y el disfrute de cámaras hipobáricas.
El último capítulo, hasta hora, de la novela que cuente su conquista del Tour 2001 lo escribió ayer, en la Amstel Gold Race, la última gran clásica antes del Tour, la última carrera que disputaba el norteamericano antes de tomarse un descanso de un mes (volverá a competir el 30 de mayo en la Bicicleta Vasca). Era el día indicado. El gran Armstrong, que había mostrado indicios de gran fortaleza en la Vuelta a Murcia, la Setmana Catalana, el Circuito de La Sarthe, la París-Camembert y la Vuelta a Aragón, señales de ésas que los rivales aprecian y los aficionados degustan, como ponerse a tirar del pelotón en un abanico y dejarlo descremado, deseaba un golpe de efecto.
El tejano, inteligente y conocedor de los símbolos por los que se valora a los campeones, corrió una sola clásica, la Amstel. La corrió para exhibirse, para seguir ganando el Tour antes de su comienzo, para forzar el complejo Armstrong en sus supuestos adversarios. Y para ganarla. Álcanzó su primer propósito.
Recordando al joven Lance, al clasicómano de antes del cáncer, el ciclista del US Postal convirtió la Amstel y sus 29 cotas en un terreno de derroche: atónitos, los curtidos clasicómanos Bartoli, Museeuw, Tchmil, Boogerd, Van Petegem, le vieron partir, impotentes, en un repecho a casi 50 kilómetros de la meta. Sólo el tremendo Dekker, aquel galgo holandés que ganó tres etapas en el último Tour, fue capaz de aguantar su marcha. Sólo el corredor del Rabobank fue capaz de explotar la única debilidad de Armstrong, quien intentó quedarse solo en la cota de Cauberg: no estando al 100% de su forma, aún le falta velocidad.
Ganó Dekker y Armstrong puede alegrarse. En 1997, después de ganar su Tour, Bjarne Riis se exhibió y ganó la Amstel. Ya se dijo entonces que tenía ganado el Tour 97. Pero un joven alemán llamado Jan Ullrich, evidentemente, no pensaba igual.
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