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Primero Hermoso y después 'naide'

Pablo Hermoso de Mendoza se llevó dos orejas y salió a hombros por la Puerta del Príncipe, como quien lava. No es que no se lo ganara: se lo ganó de sobra. Lo que pasa es que ya nos estamos acostumbrando a sus triunfos y a que se los lleve de calle, sin discusión posible. Pablo Hermoso de Mendoza y los restantes miembros del escalafón de rejoneadores no tienen nada que ver. Parafraseando al clásico cuando ponderaba la supremacía del Fuentes allá por la edad media del toreo, corresponde precisar: primero Hermoso y después naide. Y añadir, según hizo el clásico: después de naide todos los demás.

Y después naide...

Hay distintas versiones al respecto. Según determinados autores, quien lo dijo fue el Guerra y otros lo rebaten pues sostienen que era precisamente al Guerra a quien se refería el clásico. Y tampoco hay unanimidad respecto al naide ya que ciertos gramáticos puntualizan que lo que dijo fue naiden pues la n se llevaba mucho a principio de siglo entre las clases populares. Como ahora la s. Hoy habrían dicho naides. E igual que en estos tiempos cultos que corren se utiliza "compañeros del tallés", en los incultos del lejano siglo XX hubiesen empleado tallén.

De cualquier forma, y a lo que importa, Pablo Hermoso de Mendoza parecía pertenecer a otra galaxia. Sucede con él lo que con el maestro de la manoletina: que no se corresponden con el patrón torero del mundo que vivimos. Así, Fermín Bohórquez daba cabalgadas al pinturero estilo, Diego Ventura a la tremendista manera, y lo mismo podríamos traer a colación cualquier otro rejoneador e intercambiarlos, en tanto Pablo Hermoso de Mendoza fundía para una sola entrega toreo, emoción, espectáculo, y ponía boca abajo la histórica Maestranza. Así de sencillo. Saltó a la arena su primer toro haciendo alarde de codicia, bravura y muchos pies, y al primer embroque ya lo había frenado en seco embebiendo la brutal acometida en los templados giros de su montura.

Y vinieron luego los rejones de castigo quebrando limpiamente las reuniones, las banderillas de frente, los cambios de terreno corriendo al toro de costado. Mató no muy bien a ese toro Pablo Hermoso de Mendoza y seguramente fue una exageración darle la segunda oreja, mas eso no tenía importancia, y menos cuando obtuvo con absoluta justeza las dos del quinto toro, que acompañaban el merecido honor y la gloria suprema de salir a hombros por la Puerta del Príncipe.

Vueltos de la galaxia en cuanto Pablo Hermoso concluyó sus actuaciones, la realidad nos devolvía a esta Maestranza versión siglo XXI, que es, de momento, aplaudidora y triunfalista, gobernada en el discurrir de la lidia por un palco servil.

El servilismo del palco daba risa. Se entiende que el presidente saca el pañuelo blanco para ordenar la salida del toro, cambiar los tercios, esas cosas; y, sin embargo, era totalmente al revés. No daba salida al toro hasta que el rejoneador cogía el rejón de castigo, no cambiaba los tercios hasta ver que el rejoneador había tomado las banderillas o el rejón de muerte. Y de semejante guisa toda la tarde, sin excepción. Hay presidentes que parecen gozarla haciendo el ridículo. Estos presidentes en vez de utilizar un pañuelo deberían sacar el botafumeiro.

Rejoneó aseadamente Fermín Bohórquez, aunque con escasa brillantez. Y se le advirtieron muchas lagunas rejoneadoras a Diego Ventura, en tanto lo de jalearse, arengar a las masas, tomar las banderillas con un manotazo grosero y bracear gritándole al tendido "¡Venga chá!" y "¡Amonó!" para que aplauda (y aplaude) se lo sabe todo.

La corrección a tanto exceso vino, claro, con Pablo Hermoso y su caballo Cagancho que cada dia se supera a sí mismo. La torería de Hermoso en el quinto de la tarde fue apoteósica y además esta vez mató de un rejón soberano que le valió las dos orejas, la salida a hombros por la Puerta del Príncipe camino de la gloria. Sin necesidad de salvoconducto ni certificado de garantía pues la gloria es patrimonio de este torero navarro, rejoneador de época, que puso una vez más la Maestranza boca abajo como ha puesto del revés el arte de Marialva. Y no hay quien le tosa: naiden.

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