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Reportaje:

Sant Vicent prolonga la Pascua

Los valencianos recuerdan hoy al 'frare' Ferrer, uno de sus mitos históricos junto al conquistador Jaume I

La fiesta del primer valenciano canonizado, que desplazó a Sant Jordi de su hegemónico patronazgo sobre el Regne de València, alarga, hasta su octava, la celebración primaveral de la Pascua en Valencia. Vicent Ferrer, considerado popularmente un mágico protector de las aguas, es honrado hoy con misas, sermones en valenciano, romerías, salidas al campo y representaciones infantiles de sus legendarios miracles.

Su apostolado le hizo recorrer los caminos del país y aún, villas y ciudades conservan vivas las tradiciones de su paso, los lugares de un concurrido sermón y la sacralizada piedra u olivo que le habría servido de púlpito o el espacio maravilloso de un portentoso milagro. Más que su intervención decisiva en los grandes asuntos políticos, sociales o religiosos de su tiempo, como el Compromiso de Caspe o el Cisma de Occidente, son su condición de predicador y su reputación de taumaturgo los rasgos que la memoria colectiva ha retenido del frare Ferrer, junto a Jaume I, uno de los pocos mitos del País Valenciano. El hecho de ser el primer santo del Reino de Valencia, nacido en 1350, cien años después de su fundación y en pleno siglo de oro lo constituyó en emblema nacional de los valencianos.

A lo largo de la fabulosa vida sólo desempeñó seis meses un cargo de gobierno, el de prior de su convento de Sant Domènec; su fracaso le haría rehusar para siempre a toda clase de oficios y dignidades. Pero su prestigio le hizo ejercer funciones de asesor de familias bienestantes e instituciones públicas, consejero de papas y confidente de reyes. Una grave enfermedad le hizo, en 1399, abandonar la corte papal, cambiar su rumbo y convertirse en itinerante evangelizador de masas.

Es fama que los europeos entendían sus homilías, a pesar de que siempre utilizaba el valenciano -sua catalana ac materna lingua fuerit semper locutus, según consta en la documentación vaticana de su proceso de canonización-. Este hecho le añadió la aureola de símbolo del idioma del pueblo valenciano. En la comprensión de sus prédicas por parte de otras gentes influiría, sin duda, el que siempre disertó en países de habla románica, la similitud de las lenguas romances, no tan diferenciadas como ahora y la enorme cantidad de gestos que empleaba.

Gran popularidad

Con un lenguaje vivo, popular, rico, su intensidad persuasiva y la plasticidad y habilidad de su oratoria, obtuvo una extraordinaria popularidad entre sus coetáneos. A sus disertaciones asistían multitudes, además de una abigarrada compañía de penitentes y disciplinantes que seguía sus pasos. Contrario al humanismo y partidario de la nobleza, el estricto asceta se dirigía al pueblo llano e insistía en la reforma de las costumbres, la práctica sacramental, la austeridad, la oración y la pacificación entre las personas, familias y naciones como preparación al fin del mundo, el tema obsesivo en el mestre Vicent.

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Se le ha considerado un antisemita, al culparle, quizás injustamente, de alentar el asalto de judería en 1391. Abandonó en su estacada cismática al papa Benedicto XIII, de quien había sido su máximo valedor. Sus paisanos le recriminaron que inclinara la balanza a favor de la dinastía castellana de los Trastámara, y no del heredero Jaume d'Urgell, en el Compromiso de Caspe de 1411, lo que provocó el alejamiento definitivo de su tierra y su legendaria marcha, espolsant-se les espardenyes. Murió el 5 de abril de 1419, en la ciudad bretona de Vannes. Como había profetizado, Calixto III, su amigo Alfons de Borja, a los tres meses de su elección, le proclamó santo el 29 de junio de 1455, entre el delirio de los valencianos. Su fiesta del 5 de abril no podía ser solemnizada por caer casi siempre en plena Cuaresma; por ello, en 1594, a propuesta valenciana, Clemente VIII accedió a trasladarla al lunes de la octava del Domingo de Gloria, llamado de quasimodo o in albis.

Así, su conmemoración va unida a la antigua fiesta popular de Pasquetes, en la que era costumbre el combregar dels malalts, la comunión de impedidos. Pero, a causa de este traslado, en contra de los deseos de mortificación y expiación de Sant Vicent, su diada ha heredado los paganos ritos de los aplecs, con copiosas comidas, holganza, gresca, desmadre báquico, juegos, galanteos, sensuales incitaciones y alegres danzas comunales, las salidas pascueras al campo para exaltar el retorno de la vida y la vitalidad ascendente de la naturaleza. De una manera especial se festeja el santo en la Vall d'Uixò, Xirivella, Oliva, Cullera, Terrateig, Agullent, Teulada, Bussot, Sant Vicent del Raspeig, con destacadas romerías en l'Alcora, Llucena, Borriol y Llíria.

Protagonismo del agua

Tampoco aceptaría de buen grado el papel de protector de las fuentes quien se consagró a combatir supersticiones rurales. Los pozos de su invención se dice que nunca se secarán. Es lo que se cuenta de veneros de Traiguera, Catí, Morella, Cervera del Maestre, Navajas y Agullent. Su fiesta llega en un momento del año en que el agua toma gran protagonismo -A l'abril, cada gota val per mil-, hasta en los ritos eclesiásticos de la salpassa, del Sábado de Gloria o las aspersiones de los campos; desde la Pascua se bendicen las aguas, como las de la Font de Quart, en la Vall de Segó, y hoy las de la Font de Sant Vicent de Llíria, entre el jolgorio desatado. El agua, necesaria para las cosechas, es el momento de invocarla. El cristianismo no pudo suprimir el culto ancestral a las aguas y las fuentes, a las que se atribuían virtudes curativas y maravillosas; aún se invocan santos favorecedores del agua como san Grau o san Magí.

La pila del bautismo de Vicent Ferrer, en la parroquia valenciana de Sant Esteve, dispensaría gracias especiales. En su casa natalicia se consideraba milagroso el pouet, cuyas aguas contribuirían al habla de los niños; unas obras municipales cortaron el manantial y sus sagrados grifos están conectados a la red municipal. La Font Santa de Teulada sucumbió a la pertinaz sequía.

'Miracles' en las calles de Valencia

La fiesta toma en la ciudad de Valencia un carácter muy particular con la dramatización en la calle, en valenciano y a cargo de niños de los miracles de Sant Vicent. Nacieron sobre las arquitecturas efímeras del siglo XV. Sus argumentos arrancan de la caterva de prodigios que se le atribuyen al santo, pues para su canonización la Iglesia le reconoció 873 milagros. Se le adjudican toda clase de portentos, muchos de los endosados a otros santos o propios de los dioses de la antigüedad: llovía y no se mojaban sus oyentes, abría puertas con sonidos de timbal, quitaba y concedía la visión a los ojos, rehacía casas derruidas, desprendía un gran resplandor, convertía el agua en vino, multiplicaba los alimentos y hasta reconstruía y resucitaba niños troceados y cocinados. Estas pervivencias del teatro popular y religioso, con tramoya complicada y apoteosis final, durante años de persecución, fueron una de las pocas exaltaciones públicas del uso del valenciano, identificando a la capital y sus antiguas barriadas con el Sant Vicent asociado, como un milagro más, a la defensa de la lengua de los valencianos.

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