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Columna
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Farmacias y estancos

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Una cosa es liberalizar y otra muy distinta es redistribuir los beneficios excepcionales de los monopolios entre más monopolistas. Importa hacer esta distinción para desenmascarar la propaganda de quienes venden como liberalizaciones las que no lo son y para que, cuando más adelante el consumidor compruebe que no bajan los precios con las supuestas liberalizaciones, no crea que la liebre sabe mal sino que advierta, desde el principio, que lo que le han dado es gato.

El Gobierno de Navarra ha reducido a 150 metros la distancia mínima entre farmacias con lo que, dentro de pocos meses, abrirán en Navarra más de cien nuevas farmacias. Los farmacéuticos establecidos se han quejado y han recurrido la medida, pero su reacción negativa no prueba, como se ha dicho, que se hayan liberalizado las farmacias. Del hecho de que los actuales monopolistas pierdan con la medida, no se sigue que el consumidor ganará con ella. Aunque haya más farmacias, al no haber liberalizado el margen de distribución, el consumidor navarro no verá bajar el precio de las aspirinas ni de las vitaminas, por poner algunos ejemplos de medicamentos sin receta que, en los países donde el margen comercial está liberalizado, cuestan la mitad que en España.

También el Gobierno central, en esta misma línea de vender como liberalización lo que no es tal, ha anunciado que va aumentar los puntos de distribución de otro monopolio, el de los estancos. En breve, concederá mil estancos nuevos. Para empezar, debe subrayarse que ninguna de estas medidas supuestamente liberalizadoras permitirá vender tabaco o vitaminas a los comerciantes que quieran. Se mantienen los monopolios de distribución de esos bienes. Los supermercados españoles seguirán vendiendo productos peligrosos para la salud como el vodka o la lejía, pero nadie podrá comprar en ellos una cajetilla light ni analgésicos baratos tal como hacen, por ejemplo, los norteamericanos. Lo único que cambian estas medidas, y esto explica la protesta, es que las rentas de los monopolios de las farmacias y los estancos se distribuirán entre unos pocos más monopolistas.

Cuando, como ha sucedido en otras seudoliberalizaciones, el consumidor se dé cuenta de que sigue sin competencia, se le dirá que estas medidas no consiguen todo, pero son un paso en el camino de la liberalización. Nada habría que objetar si fuera cierto. Avanzar con suavidad es receta prudente que debería aplicarse a todas las reformas económicas, pero sucede que las medidas mencionadas no sólo no avanzan en lo fundamental, sino que, además, harán más difícil la tarea de liberalizar cuando llegue un Gobierno que quiera hacerlo de verdad.

Estas medidas de aumentar los puntos de distribución del monopolio son muy parecidas a las de liberalización de oficinas bancarias que llevó a cabo el régimen franquista sin, al mismo tiempo, liberalizar los tipos de interés de los productos activos y pasivos de la banca. Al no permitir la competencia entre bancos, España se pobló de oficinas y llegó a alcanzar el récord de oficinas per cápita de la OCDE.

Sólo cuando se liberalice el precio de venta al público del tabaco o de los medicamentos, el consumidor español conseguirá que la localización de los establecimientos sea la que más le convenga, así como que los márgenes aplicados no sean excesivos. Sin embargo, si se aumenta el número de puntos de venta sin liberalizar los precios, se producirá un exceso de establecimientos y ello hará más difícil una liberalización posterior. Cuando, ya en la democracia, se decidió introducir una verdadera competencia entre los bancos (tarea que inició la UCD y completó el PSOE), los bancos españoles opusieron el argumento, no despreciable, de la mayor carga de oficinas que tenían los bancos establecidos frente a los nuevos bancos.

No es lo mejor para el consumidor, por mucho que algún envidioso disfrute con el mal ajeno, que los monopolistas actuales tengan que repartir sus beneficios excepcionales con nuevos entrantes. Deben repartirlos con el consumidor. O lo que es lo mismo, lo bueno no es que haya más monopolistas, sino que deje de haber monopolios.

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