Solitarios sin fronteras
Esta es la hora en que no se sabe si el feo vicio de hablar en solitario se debe a la agresión del entorno, a la imparable ascensión del feminismo o a la desventura de no haber compartido todavía espacio televisivo con Cristina Tárrega
No hace falta ser un lince para comprobar cómo aumenta el número de personas que hablan solas por la calle. Y eso en las calles más céntricas, así que no quiero ni pensar en lo que habrá que oir en las periféricas. Sería inútil tratar de establecer una tipología fiable, pero yo distinguiría, en esa clase de soliloquios airados, entre el que anda embroncado consigo mismo, el que le dice cuatro cosas bien dichas a la persona a la que acaso está subordinada, el que sencillamente tiene muchas cuentas pendientes con el mundo en general y el que musita una desventura de tanto estupor que apenas si consigue articular un par de silabas desoladas para sus adentros, por no mencionar al piropeador profesional dado a explayarse en lo que cree un halago nunca solicitado antes de buscar con la mirada la complicidad viril del varón que pasa por su lado. ¿Lo más patético? El transeúnte solitario que después de proferir una frase que considera definitiva suelta una alegre, estruendosa risotada. Es una actividad, o su carencia, por lo que tengo observado, mayormente masculina.Ya tenemos otra vez la de todos los domingos. A la prohibición de uso de la plaza de toros para un sentido homenaje a Valencia le sigue una profusión de insultos cruzados. Fascista y catalanista son los más acreditados, aunque no se desdeñan otros epítetos a ellos vinculados. No se sabe cuándo se dejará de usar el término fascista como insulto para ajustarlo a los requisitos de la constatación descriptiva. Sin ir más lejos, el vocablo le viene un poco grande a Fernando Giner, presidente de la Diputación. Un poco facha sí que parece el hombre, pero no le veo dotado de la solvencia intelectual necesaria para ser fascista en sentido estricto. Antonio Lis, en cambio, sí la tiene, y tal vez por eso -más listo que su jefe como es- prefiere posar como simple autoritario dicharachero.Quien no tenga la fortuna de haber sido currante industrial mondo y lirondo de a diario nunca podrá apreciar en la riqueza de sus múltiples detalles lo que es no ya la siniestrabilidad laboral sino el confortable repertorio de seguridades laborales en las condiciones de trabajo. Siendo durante mucho tiempo soldador de arco voltaico también en pequeñas empresas, tuve ocasión de comprobar los cuidados que el pequeño empresario dispensaba a sus productores, incluída una nave industrial con goteras del caudal de algunas cataratas de postín que producían en los equipos de soldadura descargas de 380 voltios sobre el usuario, esto es, en el currante. Estoy vivo de milagro, circunstancia que lamenta más de uno. La protección, cuando la había, era un delantal que incluía el amianto entre sus elementos protectores. Una protección -por repetir un término que se aplica sobre todo a niños y ancianos- susceptible de producir diversos cánceres. Con uno sólo bastaría.Muchos años después de la fugaz visita del hombre norteamericano a la Luna se produjo en la moda rutinaria del vestir una cierta propensión a imitar la indumentaria de anuncio de Michelín de los astronautas. Empezó por las zapatillas de deporte, siguió en el diseño de unos pantalones casi bombachos y se perpetuó en el diseño de esas chaquetas que se diría sueltas de no ser por la rigidez de unas hombreras sin misericordia, para consumarse en el ambiguo territorio del diseño de complementos. Fueron unos años espléndidos, allá por los 80, en los que cualquier sujeto con maletín que pisaba la pista del puente aéreo parecía recién salido de una nave espacial. Es difícil precisar el momento exacto en que esa moda se instala también en el diseño de la mesas de los telediarios, aunque el motivo bien puede ser dotar de gravedad a su ingravidez permanente.Más que de una mesa de diseño espacial, la presentadora de Debat Obert dispone de la noche televisiva del viernes valenciano para demostrar que el debate concluye cuando se invita a los concurrentes a expresar una opinión que, por lo común, viene a resumirse en aquello de: '¿Hay coloquio?'. 'Por supuesto'. 'Pues me cago en su puta madre'. Es, desde Amadeu Fabregat, una querencia singular por los favores de la audiencia en su canal autonómico. Se finge un debate presentado en los términos exactos que habrán de evitarlo. El acreditado modelo Goebbels a los compases universales de Paquito, el chocolatero con un par de tetas por delante. Un triste hallazgo para seguir cacareando.El reciente libro de Eduardo Zaplana, en sintonía con la opinión generalizada de los expertos, ya lo adelantaba: 'La colaboración entre administraciones deberá producirse no sólo de forma radial. Se deben potenciar también mecanismos de relación entre las propias comunidades autónomas'. El libro abogaba además por 'completar' el proceso autonómico y prescindía de la reforma del Senado como Cámara territorial. El borrador de ley de cooperación autonómica que prepara el Gobierno coincide con el escenario que dibujó el presidente autonómico del PP mejor situado para publicitar un modelo de España que rechaza llevar hasta el final la lógica latente en lo que el constitucionalista Eliseo Aja ha descrito como un estado federal incompleto con hechos diferenciales. Las reacciones, comprensibles, de los nacionalistas, y de los socialistas, esta última muy sintomática, advirtiendo contra el aroma neocentralista y renacionalizador que desprende el proyecto delimitan los dos bloques del debate que la España de las autonomías vivirá los próximos años. Más allá de los recelos ante esa ley de cooperación, cuyo mayor error sería intentar lo que pretendió en los años ochenta la LOAPA (Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico), desmantelada por el Tribunal Constitucional con el incisivo argumento de que no es posible modificar marcos autonómicos desde normas legales estatales ni interponer leyes orgánicas entre la Constitución y los Estatutos, la propuesta gubernamental plantea la duda de si busca dar solución a la falta de relaciones eficaces entre los gobiernos autonómicos, que casi todo el mundo reconoce, o pisar el freno para que no acabe de perfilarse un diseño federal del Estado. Desde luego, Zaplana lanzó sus reflexiones sin salirse un milímetro de la ortodoxia del PP en la materia. Y en las páginas de su libro hay muchas referencias a la reespañolización, la homogeneidad y la 'finalización de la construcción autonómica' (afortunadamente, también las hay a la necesidad de consenso). Un augur diría que comienzan a formarse las nubes de una tormenta política de alto voltaje.
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