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Columna
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Marranadas

Llevábamos demasiado tiempo viviendo una realidad agropecuaria como para que no se contagiase al resto, quiero decir a cualquier ámbito de la vida. Y no me refiero al asunto de la gallina vasca, que no ha hecho sino confirmar nuestro profundo deseo de tener vacas, abejas y demás bichos de aquí como si en vez de patria quisiéramos un zoológico, no, sino al totalitarismo, pues acaban de arrestar en Belgrado al Carnicero de los Balcanes, o sea a un Milosevic que al hacer chuletas de sus enemigos le im-portó muy poco que llevaran o no espinazo. Eso por hablar de un país lejano que podría servirnos de espejo en el que contemplar el peor rostro del nacionalismo étnico. Pero si quisiéramos contemplar el nuestro, nos toparíamos también con la charcutería, ya que ahí tenemos a un tal Ternera promovido a honorable desde su pasado de gatillo y a esa oveja negra o ardi beltza a la que por fin parecen haberle detectado fiebre aftosa, por lo que no podrá seguir subiéndose a la chepa de los candidatos a la eliminación.

Cuando en Inglaterra vivían pensando más en las personas que en las epizootias, Georges Orwell se volvió hacia los animales para mostrarnos cómo era la peor de las realidades humanas. A tal efecto pintó unas relaciones opresivas hacia los bichos por parte del hombre que justificaban de sobra la rebelión de la granja; todo para que, una vez conseguido el poder, los cerdos, es decir los totalitarios de siempre (a Orwell le negaron la publicación del libro, entre otras cosas, porque llamando cerdos a los estalinistas podía estar cometiendo una indelicadeza y eso cuando Stalin ya había practicado y practicaba las purgas que asesinaron a millones de ciudadanos soviéticos), manipularan a troche y moche no sólo para hacerse con el poder y los privilegios que supuestamente hubieran tenido que quedar abolidos con la rebelión, sino para reducir a los demás a nada, a sujetos buenos a lo sumo para el trabajo pero sobre todo a meros candidatos a desaparecer en cuanto se le cruzase el cable al Gran Cerdo y los tachara de enemigos.

El universo totalitario es lo que tiene, no puede funcionar si no es a base de terror, es decir de practicar el asesinato y la violencia contra quien piensa distinto. Porque sólo amenazando con la muerte se puede atemorizar y sólo aterrorizando se puede conseguir que alguien abdique de su oposición a quienes le amenazan de muerte. De ahí que el mayor daño que se le pueda hacer al totalitario sea resistir, ya que la resistencia le arrebata el único substrato sobre el que se asienta, el miedo. Por eso también es necesario que quien desee proclamarse demócrata aunque sea vasco deba eliminar el factor muerte de la ecuación, porque mientras no lo haga seguirá alimentando la máquina totalitaria y, al hacerlo, se mantendrá identificado con ella pese a todos los cacareos retóricos con que quiera encubrir su totalitarismo vocacional.

De ahí que no valga camuflar la condena explícita de la violencia terrorista detrás de la cortina de humo del hallarse por encima de las condenas, ni esgrimir el tonto y socorrido conjuro que, al ser proferido, se insurge presunta-mente contra todas las expresiones de violencia, porque contra la que precisamente no se rebela es contra la que utiliza el totalitarismo; es decir, la única ideología que tiene la violencia y el terror como bases fundamentales de su habría dicho política si con ello no hubiera corrompido el término. No cabe, pues, mirar hacia otro lado o dejar por cuenta del chocolate del loro la violencia cuando, además de constituir la clave de la bóveda nacionaletnicista se está cobrando vidas y la vida -qué triste me parece tener que recordarlo- es nuestro único capital.

Allá, en la orilla de la granja, se adivinan unas urnas. Por eso me gustaría recordar el triste ejemplo del caballo de Orwell que, pese a ver que todo anda mal por culpa de los cerdos y de sus secuaces los perros, sólo se le ocurre decir: 'Yo no hubiera creído que tales cosas pudieran ocurrir en nuestra granja. Eso se debe seguramente a algún defecto nuestro. La solución, tal como yo la veo, es trabajar más. Desde ahora me levantaré una hora más temprano'.

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