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Sacrilegio en Augusta

Carlos Arribas

Bienvenidos al reino de la metáfora, al paraíso del tópico; bienvenidos al dominio de la hipérbole; están ustedes en el Augusta National Golf Club, el campo en el que a los greens se les fertiliza con cemento (así de duros están), en el santuario en el que cualquier cambio es un sacrilegio.

Hace 20 años desapareció la hierba bermuda de los greens. Se fue la hierba sana y crecedera, la hierba natural, rápida ma non troppo. Llegó la bentgrass, más artificial, veloz, deslizante y dura. Nació entonces la leyenda del calvario de los greens de Augusta, territorios inconquistables, despendolados. Fueron la gran defensa del par del campo abierto, ancho y sencillo. Aumentaron su leyenda (agrandada por el secreto con el que la gente del club rodea su verdadera velocidad, y dispara las especulaciones: ¿será de cuatro pies? ¿de cinco?) y hasta resistieron la resaca de Woods y sus -18 del 97 que amenazaron con cambiar todo el golf conocido. Pero con lo que ya no parecen poder es con los avances tecnológicos, las nuevas bolas que vuelan más, los nuevos palos que le dan más lejos y más recto. '¡Prohibición!', brama la leyenda Nicklaus. Que hagan las bolas excéntricas, para que sean incontrolables; que hagan las maderas de madera; que hagan algo para que el Masters no se convierta en un pim pam pum en el que cualquiera llegue al green de los pares cuatro con el driver, en un concurso de putts que permita a desconocidos como Di Marco, empalmar birdie tras birdie sin despeinarse.

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Pero como contra el progreso no se puede ir (y menos contra los abogados de las grandes empresas de bolas y palos), Augusta se ha decidido por el sacrilegio: a partir de 2002 los pares cuatro serán más largos y más estrechos. Puede que entonces Augusta sea un poco más difícil, pero será también más parecido a cualquier campo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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